Emociones en la apertura de la Feria de Manizales
La novillada que abrió la Feria tuvo un triunfador, sin trofeos, por partida doble: Diego San Román. Otro, con una oreja en la alforja, pero apurado a ir a la enfermería: Andrés Bedoya. Y un tercero, hecho de la codicia de sus novillos toros: la ganadería de Armerías.
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Ese, más la gran presencia de público en los tendidos, fue el poker de ases de la novillada de apertura de la 65 Feria de Manizales.
Quiso Gitanillo en su primero. Y hubiese podido de no ser por las evidentes limitaciones del de Armerías que lindaron con la invalidez.
Sin embargo, en medio de esas limitaciones, el novillero colombiano logró, con la muleta a media altura y entre algodones, hilvanar una faena con el temple y la suavidad como argumentos. Sonó la música y el eco de los tendidos premió el desarrollo de su labor. Pinchazo y espada delantera.
Y todo fue de más a menos en el turno con el que el mexicano David San Román se presentó en sociedad en la Monumental de esta ciudad. Porque si todo salió bordado con el percal, incluso una evocación de lujo a Rodolfo Gaona y con un novillo toro que apostaba por trascender, las cosas cambiaron en la medida de que este eligió buscar el abrigo de las tablas y otras formas de defensa.
A pesar de todo hubo tandas con ligazón. Pero pronto los enganchones se apropiaron de la escena. Saludo desde el tercio.
La primera mitad del festejo se cerró con un animal que tuvo facetas interesantes como para no pasar inadvertido. Para comenzar, la prontitud; otra, la decisión para pelear en los medios; y una más, la movilidad.
El colombiano Andrés Bedoya le encontró pronto la distancia y sacó fruto de ella para cosechar muletazos hilvanados. En el remate de la lidia, el novillo lo cogió y lo obligó a pasar a la enfermería, tras pasaportarlo. Oreja paseada por su cuadrilla.
No desentonó el siguiente, cuarto de la tarde, ejemplo de hechuras, a las que no fue inferior. Porque mostró franqueza y calidad en los aislados momentos en que Gitanillo supo hacerle las cosas. Luego, la faena se extravió por los caminos del desorden y la llama de la ilusión se apagó entre las molestias de buena parte de la gran asistencia que concurrió a la plaza. Pitos al diestro y palmas al ejemplar en el arrastre.
El quinto original se malogró en el ruedo y dio lugar a un quinto bis. Vinieron a continuación todo tipo de sensaciones, consecuencia nada más que de los hechos. Un toro que, a falta de calidad, vendió cara su historia cuando peleó ante un gallo llamado Diego San Román.
Y un torero que tiene su propia definición del valor, eso que sabe hacer sin límites. Ambos se fajaron, solo que el novillero manito se dio el lujo de sacar agua de lo que no era una piedra sino mármol. Ovación y vuelta a San Román y palmas al toro.
En el de cierre, largas cambiadas de Gitanillo, que suplió a Bedoya por su percance. La res, seria por delante, enseñó movilidad en todos los tercios pero no acabó de romper, en parte por la premura del lidiador.