Tarde vacía en Manizales
Por doquier, la terna dejó huellas de voluntad en los seis turnos de la segunda de abono de la Feria de Manizales. Pero no fue suficiente porque el encierro de Paispamba naufragó en su propia mansedumbre hasta convertir el festejo en una sesión larga y pesada.
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La tarde trajo como apertura un capítulo de dificultades encarnadas en ese castaño serio por delante, al que, aparte de ser escaso de fuerza, le faltó clase para humillar y repetir.
Luis Miguel Castrillón estuvo siempre por encima de él y no pudo más que aplicar dosis de suavidad con las que obtuvo mínimas respuestas del de Paispamba. Palmas al torero y pitos al toro.
Y tampoco hubo de dónde hacer una línea del segundo, primero para el peruano Joaquín Galdos, porque la extrema violencia de la res impidió cualquier tipo de gesta. Aparte de encelarse en el caballo, la memoria de su paso por la arena gris de la Monumental se redujo a mal estilo y anonimato total. Galdos hizo cuanto pudo y de ahí las palmas agradecidas.
Igual, el tercero no logró sacar la cara por su divisa. Eso sí, su déficit tuvo nombre propio, la tendencia a huir. Muy puesto, y dispuesto, Juan de Castilla le cerró la puerta con la muleta, la técnica y la Inteligencia hechas una sola.
Dos series lograron despertar al león dormido de los tendidos. Lástima que tantos méritos y esfuerzos se marcharan inéditos por culpa del mal uso de la espada. Palmas tras aviso.
La moneda siguió cayendo del mismo lado en el cuarto, desabrido y ajeno a cualquier otra cosa que no fuese escapar a las permanentes invitaciones de Luis Miguel Castrillón para que fuera tras la tela roja. Acobardado, el de Paispamba terminó en las tablas en procura de refugio. Palmas tras aviso.
Joaquín Galdos no logró salir del promedio a la altura del quinto de la tarde. Por supuesto que lo quiso y lo intentó, pero a la suma de defectos de la corrida se agregó la intrascendencia absoluta de este ejemplar, que apenas aportó como constancia de su paso por el ruedo la pelea en el caballo, nada más que un paréntesis en medio de tanta mansedumbre. Palmas al torero.
La excepción sobrevino en el sexto, que apuró con codicia desbordada para obligar a Juan de Castilla a exigirse para sacar muletazos sueltos porque la capacidad de reponer del animal impedía dar ritmo y continuidad hasta alcanzar series. Al final, y como para no variar, el toro buscó su querencia natural. Palmas al torero colombiano y algún leve reconocimiento al ejemplar.