Milagro en Arenas Venecia

El toreo es una historia que no acaba de escribirse, aunque con frecuencia cierre capítulos. El pasado domingo, en predios de lo que alguna vez fue de doña Clara Sierra y de todos sus descendientes que conjugaron los apellidos Reyes y Caballero, se dieron cita pedazos de tres décadas, de tres capítulos del toreo colombiano que aún tenían puntos suspensivos. Los años setenta, ochenta y noventa, parecían resucitar en el nuevo siglo, el mismo en el que se echan de menos los valores del toreo de aquellos años.

Por Diego Caballero

Foto: William Cortés

Ante varios invitados, de varias generaciones, Enrique Calvo ‘El Cali’, Jairo Antonio Castro, César Camacho y un torero de este siglo, Juan Sebastián Hernández, se enfrentaron a cuatro becerras de igual número de ganaderías que se anunciaron en concurso de hierros.

Muchos de los que acudieron al llamado de ‘’una cita con la historia’’, como se anunció la mañana de tentadero, poco o nada sabían de los dos toreros más antiguos: El Cali y Jairo Antonio, que haciendo alarde de los valores de sus épocas de esplendor, fueron los primeros en llegar a la cita. El torero de Cali, con pasos cuidados y lentos, dejó en evidencia que sus rodillas sufren las consecuencias de tanta entrega al toreo. Luego, llegarían César Camacho y Juan Sebastián Hernández. Los tres maestros observaron maravillados la vieja casona en la que por muchos años mandó doña Clara Sierra y que ellos conocieron en tiempos de sus herederas, Isabel y Cristina. Ahora los tiempos son de Israel Santana, el nuevo dueño de Venecia que abrió para todos y desde el pasado domingo, las puertas y los balcones de un pedazo de la historia del toreo colombiano.  

Vestidos con traje corto y antes de asomarse por la plaza de tientas, los cuatro toreros se sentaron a la orilla de la vieja fuente de agua, anclada frente al patio de la casa y que ha servido de locación fotográfica a tantos toreros. Una imagen más, pero distinta, porque esta contará de cuatro generaciones de toreros colombianos.

Ya en la plaza, que estrenó un pequeño tendido para los aficionados – que diría doña Clara Sierra y su hija Isabel, tan apáticas a las visitas – los cuatro toreros emocionaron a la concurrencia siempre atenta a lo mucho que ocurrió en el ruedo.

Lo hicieron desde el primer momento, en el que los cuatro toreros salieron a saludar. Luego, el buen palpito de todos se aceleró todavía más cuando se asomó la primera becerra de Punta Umbría, procedencia de Vistahermosa, la ganadería con nombre propio en la historia de la Santamaría y que puso más nostálgica la mañana bogotana. Ante ella, El Cali se olvidó por un momento de sus agotadas rodillas. Se esforzó, revolcón incluido y susto para todos, para lograr poner a la becerra en los medios. Y ya con el animal ahí, demostró que un brazo largo y una muñeca poderosa son suficientes para doblegar la bravura de una animal. Primero lo hizo con su mano izquierda, manejándola con suavidad y cadencia, y luego, cuando nadie lo esperaba, fue capaz de alargar el viaje del pitón derecho de la becerra que en un comienzo fue corto y que le había propinado el revolcón. En la memoria de todos quedó ese trincherazo con el que nos dijo adiós.

La becerra de la casa, la de Venecia, no dejó que Jairo Antonio pudiera enseñarle, a los que no lo habían visto, ese toreo extra clase que atesora. Lo intentó una y otra vez, y algún muletazo quedó, pero supo a poco porque el animal nos quitó la posibilidad de disfrutar de un torero que en los años ochenta fue capaz de arrebatarle dos Catedrales de Manizales a una fila de figuras del toreo.

La tauromaquia de los noventa contó un poco de su historia en el trasteo de César Camacho. La de los toreros capaces, los que nunca defraudan, porque eso fue el torero de Sogamoso, en la última década del siglo pasado y también el pasado domingo cuando logró desengañar la embestida de su becerra, de la ganadería que aún lleva el nombre de doña Clara Sierra.

Y ante tanto magisterio Juan Sebastián Hernández debió preguntarse ¿qué hago yo ahora? Y más cuando de salida vio como la becerra de la Campiña salió pidiendo pelea con sonoros mugidos. Lo demostró cuando buscó desde los medios al caballo que montó Clovis Velásquez subiendo la temperatura de la emoción en los tendidos. Luego la becerra, fiel a su procedencia de Icuasuco, vendió cara sus embestidas y pidió una mano baja que condujera sus viajes. Juan Sebastián lo entendió, le dio tiempos y distancias y pudo salvar su tarde en la que los tres maestros lo observaron con ojos de profesor.

A la una de la tarde los aficionados abandonaron el pequeño tendido consientes de haber observado algo que ya no será posible repetir. Habían repasado, en menos de dos horas, un pedazo de las memorias del toreo colombiano. Una historia que para muchos ya tiene sus hojas contadas, pero olvidan ellos, que del toreo, como en la mañana del domingo en Arenas Venecia, cualquier milagro se puede esperar.

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