Aquel 13 de mayo en Las ventas, el día más feliz de Fandiño
Hoy se cumplen seis años de aquella tarde en la que Iván Fandiño cruzó la puerta grande que tantas veces se la había negado. Rosario Pérez para ABC, describió así, lo que pasó aquella tarde, la más feliz de Fandiño. Desde la furgoneta, la Puerta Grande se divisa como una fortaleza imposible de derribar. Nada parece inexpugnable para el León de Orduña: la verdad de su toreo cazó la «presa» que parecía invencible…
Por Rosario Pérez para ABC, tomado de internet
Reguero a reguero, cada vez se arremolina más gente en el 237 de la calle de Alcalá. Mientras la masa crece y corea al héroe, se acerca al coche de cuadrillas un señor con ojos colmados de niebla de tanta emoción contenida. «Soy Pepe, el cura del pueblo de Iván. Dígale que me ha encantado. Le he pedido a otro párroco que me sustituya para no perderme la corrida». Avisado queda su compañero: Pepe presentará en Orduña parte facultativo este viernes y en Beneficencia. «Vendré a verlo y lo tendré en mis oraciones». Un rosario de padrenuestros y avemarías debió rezar, porque si Fandiño salió ayer ileso de Las Ventas fue por obra divina. Como un Cristo, el matador entregó su vida desde los albores al crepúsculo. «Venía dispuesto a que pasara lo que tuviera que pasar», sentencia con rugido de guerra. Como si ayer fuese un buen día para morir.
Mitad hombre, mitad rey de la selva, el Narasinja del toreo se abraza a los suyos. Imposible no contagiarse de la emoción. Con los dedos temblorosos como un castillo de naipes, tecleo mientras contemplo cómo sus sentidos sienten sin miedo, cómo parecen hablar los ojos y mirar las bocas.
El traje, desgajado
A ritmo de catorce estaciones de Semana Santa, Fandiño ha atravesado la explanada entre la marabunta, toda una explosión de algarabía y locura. El precioso traje canela y oro está totalmente desgajado. Los machos, en el poder de la afición que ansiaba el tesoro. Una manoletina se ha perdido en el camino a modo de Cenicienta con the end de perdices. «No quiero que lo arreglen ni que lo limpien», exclama mientras observamos las manchas de sangre que barnizan el vestido.
Su fotógrafa le enseña la imagen del milagro: «Sin duda, hay un Dios allá arriba». En la cámara, la foto del volteretón cuando Fandiño se tiró a matar sin muleta. «Es una profesión de locuras, de benditas locuras. Tenía una espinita porque lo hice en Bilbao y no salió bien». Entra al quite su banderillero Arruga: «Yo creí que nos íbamos con las orejas, pero camino del hospital…»
La mercedes avanza a ritmo de procesión hasta el hotel Puerta América. Sus seguidores golpean los cristales. Lo aclaman. Y la emoción se agolpa, en esa extraña mezcla entre fiesta y funeral que viven los toreros cuando alcanzan su sueño.«Es maravilloso rozar el cielo de Madrid, aunque me fastidia haber tenido que descabellar, porque la tarde era de tres orejones. No me conformo, quiero más», señala.
Los ojos de Fandiño esconden lágrimas: «He hecho un esfuerzo para que no salgan». En ellas se halla la felicidad y también el dolor «por aquellos que no están». Guarda silencio y con voz entrecortada comenta a los suyos cuál fue su primer recuerdo: «Mi abuelo y el padre del apoderado, que vivieron los momentos más duros». Otro subalterno, Pedro, comparte la frase del mentor: «Néstor dijo que daba diez años de su vida si abría la Puerta Grande». Martes y trece, un buen día para morir y ahondar en la tierra prometida.