Bogotá: bronca, milagros y puerta grande

Tarde de emociones al límite. Roca Rey cortó dos orejas y salió a hombros. Luis Miguel una oreja en su confirmación. Castella se salva de una dramática cogida, y el palco se lleva una bronca monumental por negarle la oreja al francés.

Por Rodrigo Urrego B.

Fotos Diego Caballero y Rodrigo Urrego
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A Sebastián Castella le faltaba una gesta para poner la cereza en el pastel de a su gira americana, acaso una de las más contundentes de su carrera. Tal vez planificó que esa tarde heroica fuera en Medellín, con los seis toros con los que se encerraría en el ruedo de La Macarena, convirtiéndose en el primer torero europeo en hacerlo en Suramérica. Pero fue en la Santamaría, la plaza por la que también lucho, por la que viajó a reunirse con el presidente de la República, por la que marchó junto a los novilleros de la huelga, donde su nombre y epellido serían más sinonimos que nunca de la palabra ¡Torero!

El cuarto toro del serio encierro de Juan Bernardo Caicedo (al menos tres toros fueron aplaudidos al asomarse a la arena), salió de toriles y se fue al burladero de matadores y lo destrozó con sus pitones. Buen presagio, el último toro que se había enseñado con las tablas de ese mismo burladero había sido Tocayito, el domingo anterior, aquel toro de Mondoñedo que luego se iría vivo, indultado por José Garrido. Pero este toro no tuvo el mismo final. Por el contrario, fue protagonista de unos segundos de miedo, de terror, segundos interminables que parecieron eternos.

No lo habían picado demasiado, como sucedió toda la tarde, en la que los picadores eran aplaudidos si levantaban lo más rápido la vara. Castella, que nunca ha desperdiciado un quite se fue a la mitad del ruedo. Citó al toro con el envés del capote, pero el quite se convirtió en drama porque el animal se llevó con uno de sus pitones las piernas del torero. Dos vueltas tremendas en el aire, como si lo hubiera atropellado un tren, y una caída sobre la arena que hizo pensar que nunca se levantaría. El trance, sin embargo, estaba lejos de terminar. El toro, segado y enseñado, se devolvió antes de que aparecieran los capotes de los toreros, buscó con sus pitones la yugular del torero, milagrosamente solo dio con la chaquetilla, por detrás del cuello, y lo volvió a levantar de forma impresionante, a primera vista parecía que los cuernos del torero habían partido el pecho de Sebastián.

Los gritos de terror pararon cuando Castella, se levantó, se sacudió la arena con sus manos y se fue a la barrera a sorber un trago de agua, esperar el tercio de banderillas, y salir de nuevo con muleta y espada. El solo hecho de volver a esa mitad del ruedo, donde milagrosamente salvó su vida, merecía la ovación.

El toro en lugar de bravura ofensiva, se defendió y se rehusó mucho a perseguir la muleta. Por tanto no era fácil triunfar ante las muchos problemas que pedía resolver. En la primera serie en redondo, Castella parecía perder la batalla, fue desarmado. Pero luego remontó el duelo a punta de aguantar parones, meterse entre los pitones, y arrancar muletazos, unos limpios, otros trompicados, pero todos acogidos por el público como si se tratara de un auténtico héroe, que a pesar de haber rosado la muerte se levanta para aferrarse a la vida. Faena larga, además, el francés estuvo mucho tiempo delante de los pitones que por poco lo hieren, ante los que se siguió jugando el pellejo.

Para el palco presidencial, y para las peñas que se ubican en la barrera de sol, lo de Castella les pareció algo común. El primero decidió negarle una oreja que la pedía con clamor todo el resto de la plaza. Y lo hacían porque se conmovieron y emocionaron a una de las mayores gestas del francés. Por eso lo obligaron a dar dos vueltas al ruedo, clamorosas, como dirían los antiguos revisteros, pero en todo caso apasionadas. La bronca que le dedicaron al juez de plaza puso broche a los que, probablemente, hayan sido los minutos más emotivos de la temporada.

Si lo de Castella fue un milagro, que Roca Rey hubiera salido con su traje verde y oro intacto también fue por obra y gracia de la diosa fortuna, o de la virgen de la Macarena, la que le da nombre al barrio que abriga a la Santamaría.

En el primero de su lote, tercero de la tarde, el peruano tuvo momentos de toreo en redondo se dio vuelta y buscó las tablas, el torero peruano se puso en un lugar inverosímil, como desafiando el sentido común, las leyes de la física, y hasta la de la gravedad. No había espacio entre las tablas y el cuerpo del torero por donde pasara el toro. Pero este kamikaze, que no hace otra cosa que meter miedo a los públicos, le pegó hasta cinco bernadinas. La plaza no lo podía creer. Por eso las dos orejas cayeron ante el eufórico reclamo de la afición.

El último de la tarde, un imponente toro castaño, tampoco se la puso fácil al torero. Pero Roca Rey, que parece no amilanarse ante las piedras que se encuentra en el camino, paró los corazones precisamente cuando el toro frenaba su recorrido y miraba el cuerpo del torero. La gente gritaba, Roca Rey ni se movía. Y de tanto aguantar el toro volvía a mirar la muleta y terminaba su corto viaje. El público no podía creer tanto valor.

Luis Miguel confirmó su alternativa y cerró su temporada, siendo el único colombiano en hacer las cuatro plazas de primera categoría. No cortó orejas en ninguna de ellas, pero lo hizo en la Santamaría, donde había que hacerlo, donde las orejas tienen mayor peso. El primero de la tarde, con el que se hizo matador ante los bogotanos, fue el que mejor embistió, por lo menos el de mayor calidad. Apenas a la medida de un torero que por sus formas, por su torería, cautivó a la afición de Bogotá, y por su actitud (saludó con dos largas cambiadas de rodillas, quite con el capote a la espalda, e inicio de faena de rodillas), no le dio el ‘papayazo’ a aquellos que van a cazar toreros colombianos a que se hicieran sentir. Por el contrario, lo que se oyeron fueron los oles y el pasodoble. Hasta los toreros colombianos en el callejón los aplaudieron en la vuelta al ruedo que dio con la primera oreja de la tarde.

El quinto fue más complejo porque se paró. Tardaba mucho en embestir y Luis Miguel intentó hacer el toreo que siente, aunque quizás no era la fórmula para imponerse a este ejemplar de Juan Bernardo Caicedo.

Ficha 
Bogotá, plaza de toros de Santamaría 
Domingo 12 de febrero de 2017
Cuarta corrida de la temporada
Toros de Juan Bernardo Caicedo 

Sebastián Castella: saludo tras aviso y dos vueltas al ruedo tras petición. 
Luis Miguel: oreja y silencio 
Roca Rey: dos orejas y aviso

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