Bogotá: Los oles vuelven entre sonidos de guerra

El peruano Roca Rey confirmó su alternativa con el toro Libertad, pero fue con Esperanza con el que alcanzó el triunfo de dos orejas. Luis Bolívar cortó una, y el Juli fue ovacionado. Tensión y emoción en una tarde de contrastes

Por Rodrigo Urrego B.

Fotos Diego Caballero y Rodrigo Urrego

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Los oles que no se oían en Bogotá desde hacía cinco años, volvieron a hacer crujir la plaza de toros de Santamaría el domingo, cuando, tras 1.272 días, un toro volvió a salir a la arena que tiene 86 años de tradición. El sonido que salía del redondel fue tan estruendosos como los estallidos de los gases lacrimógenos, con los que el escuadrón antidisturbios de la Policía trataba de contener una protesta antitaurina, que se anunciaba pacífica, pero que se desbordo hasta convertirse en violenta y agresiva.

Bogotá amaneció con un cielo azul despejado, sin ningún atisbo de tormenta, pero en el Centro Internacional se respiraba un ambiente de tensión. La plaza, como nunca se había visto, estaba totalmente acordonada. Desde la Carrera Quinta hasta la Séptima, entre el Planetario y el Museo Nacional. Nunca, en una tarde de toros, se habían dispuesto 1.200 policiales para garantizar el orden público. Ni que se tratara de un duelo a Millonarios – Nacional, por mencionar el clásico que más saca chispas en el fútbol colombiano.

Una hora antes de la corrida, Felipe Negret, el empresario de la Santamaría, atravesó la puerta de la plaza con la misma angustia con la que Santiago Nasar, el personaje de Crónica de una muerte anunciada, trataba de alcanzar la puerta de la casa de su madre, perseguido por los hermanos Vicario. Las manifestaciones antitaurinas se concentraron en cada una de las vías de acceso a la plaza, y el empresario sufrió los primeros insultos. “Acá estamos, acá estamos.”, repetía entre lágrimas y abrazado con su hijo que también lloraba. Después se abrazaba emocionado con areneros, mulilleros, monosabios, picadores, banderilleros. “Volvimos”, no se cansaba de repetir a quienes son la clase proletaria de una fiesta a la que en la calle acusaban de elitista. Negret, artífice de la liberación de la Santamaría, tenía ganado el derecho a la salida a hombros. Luis Bolívar lo sacó al ruedo y le brindó el tercer toro de la tarde.

Los aficionados que se acercaban al coso de la Calle 26 estaban obligados a seguir un laberintico cordón policial, y para superarlo tuvieron que aguantar insultos y agresiones de los antitaurinos. En las redes sociales hay videos que lo testimonian. En los tendidos se oían relatos de lo que había sido un auténtico viacrusis, incluso muchas personas estaban salpicadas de tinta roja que les lanzaron a su llegada.

El Juli, Luis Bolívar y Roca Rey se vistieron en hoteles de la zona del Parque de la 93. Tuvieron que ser escoltados por moto patrullas de la Policía por la Circunvalar y la Carrera Quinta hasta llegar a la plaza.

Hernando Franco, el robusto banderillero que parece una escultura de Botero de carne y hueso, tuvo que ponerse una sudadera encima del traje de luces para poder llegar a la plaza. Se vistió en su casa, en el vecino barrio de la Perseverancia. Y caminó con sus capotes en un maletín sin que los antitaurinos lo descubrieran. El Gordo, como le cantan los aficionados, protagonizó el susto de la tarde, un toro de Ernesto Gutiérrez Arango se ensañó con él en la arena. Milagrosamente salió ileso.

El primer ole de la tarde explotó después del himno nacional. Pero la plaza pareció rugir con el ole que provocaron los acordes del pasodoble El Gato Montes, con el que se abrió la puerta de cuadrillas, después de cinco años. Hubo lágrimas en los tendidos, en el callejón. También corrieron por las mejillas de los toreros que iban haciendo el paseíllo. El público se puso de pie, y agitaba pañuelos y claveles blancos. Hubo un minuto de silencio en memoria de Fermín Sanz de Santamaría, nieto de don Ignacio, el que invirtió todo su capital en construir la plaza de toros, por eso lleva su apellido.

Alfredo Molano, premio Simón Bolívar de periodismo por su vida y obra sorprendió a los aficionados cuando atravesó el ruedo con la llave de los toriles y dejarla en manos del alguacilillo. Un hombre de izquierda en una fiesta a la que señalan de derecha. En la plaza se vieron personalidades, del lado de las letras, Germán Castro Caicedo, Antonio Caballero, del de la política el exprocurador Alejandro Ordóñez, el exvicepresidente Francisco Santos, y el senador Luis Emilio Sierra.

La plaza seguía las faenas de los toreros en silencio absoluto, como si estuvieran en la ópera. Pero apenas en el primer toro, de nombre ‘Libertad’, como el grito de batalla que se entonó al comienzo del festejo, se oyó un estruendo como si se tratara de un trueno, pero no había nubarrones en el cielo. En la calle, los oles de la plaza parecían enfurecer a los manifestantes, y los efectivos del ESMAD tuvieron que recurrir a gases lacrimógenos para contener los excesos. El segundo estallido tuvo respuesta con un ole, y el tercero igual. Todos preparados para el cuarto y la respuesta fue un ¡oooole! Y así se la pasaron los de la calle y los de la plaza hasta que se hizo de noche.

El público se emocionó cuando El Juli sacó de su repertorio la ‘lopecina’, una suerte con el capote de su invención, o cuando Luis Bolívar, haciendo respetar su patio, toreo de rodillas, con el capote y la muleta, y cuando se puso de pie firmó naturales soberbios.

Pero sobre todo hubo emoción con el peruano Roca Rey. Brindó su segunda faena a tres de los ocho novilleros que se encadenaron a la plaza, durante 103 días de huelga de hambre, Y luego se pasó los pitones de los toros tan cerca de su cuerpo, como si despreciara la vida. Hizo hasta dos arrucinas, apenas asomando menos de media muleta por detrás de su cuerpo, también ensayó las luquesinas, y aunque pinchó, las dos orejas fueron concedidas por aclamación .

Los toros de Ernesto Gutiérrez estuvieron lejos de la leyenda de la ganadería de Manizales, la que tiene el record de toros indultados en todo el mundo. Roca Rey salió a hombros, Bolívar cortó una oreja, y El Juli se fue ovacionado.

Tras más de tres horas de corrida, los antitaurinos permanecieron a las afueras de la plaza a la espera de los aficionados, que como si fueran pecadores tuvieron que irse escoltados pues en la calle la indignación seguía latiendo, en forma de insulto. Las calles de La Macarena, el barrio que abriga la plaza de toros, parecían un campo de batalla. Piedras, ladrillos, botellas, como si de la peor pedrea en la historia de las famosas pedreas de la Universidad Distrital se tratara. Los restaurantes del sector, que pensaban hacer su agosto con el regreso de los toros, tuvieron que cerrar sus puertas, como si nunca hubieran vuelto. En el hotel Tequendama, donde antiguamente se alojaban los toreros, algunos carros que salían del estacionamiento eran apedreados, y los antitaurinos perseguían a quienes tenían sombrero, cojines y botas.

Parecía una escena de realismo mágico. Mientras el centro de Bogotá era un campo de batalla, en la plaza, como nunca, la gente se aferró a esa palabra de tres letras que suele pronunciarse con las entrañas. Los oles volvieron a la Santamaría.

Bogotá, plaza de toros de Santamaría 
Domingo 22 de enero 
Temporada 2017 – Primera Corrida
Toros de Ernesto Gutiérrez
Lleno

El Juli: silencio y vuelta al ruedo 
Luis Bolívar: una oreja y petición 
Roca Rey: vuelta al ruedo y dos orejas

Roca Rey confirmó alternativa con el toro Libertad.

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