Nos vemos en la Santamaría
Por Víctor Diusabá Rojas / tomado de El País
Absurda la determinación del
Concejo de Bogotá de prohibir espectáculos taurinos en la Plaza de Toros de
Santamaría, Plaza que es y será siempre eso, una de Toros, por más que quieran
cambiarle su destinación o ponerle otro nombre. Olvidan que la historia no se
borra a punta de plumazos ni de concejaladas.
Sí, porque eso es lo que acaba de pasar, una concejalada, un
microgolpe a la Constitución, chambón hasta más no poder, aparte de jugada
abusiva e indigna de quienes tienen obligación de defender los derechos de las
minorías. Ya había pasado con Gustavo Petro hace unos años, en una de sus
tantas alcaldadas, cuando mantuvo cerrada La Santamaría porque, como
acostumbra, le vino en gana.
Y eso sí es lo preocupante: que en este país, donde violar la
Constitución es un deporte nacional, las argucias le puedan a la legalidad y
terminemos echados de una fiesta popular. No exactamente porque ganaron con
argumentos, sino porque quieren asfixiarla a punta de impuestos desaforados y
otras cargas, a las que se suma lo más grave: dar supuesto permiso de que se
den corridas de toros con la pequeña diferencia de que se prohíbe que sean eso
mismo, corridas de toros, sino lo que ellos creen que deben ser. Asunto además
del que no saben y tampoco vale la pena ponerse a explicarles.
Igual sería perder tiempo ponerlos en contexto. ¿A quién de
ellos les pueden interesar hoy Goya, Bizet, Lorca, Pérez de Ayala, Picasso,
Hemingway, García Márquez, Botero, Vargas Llosa, Savater o Caballero? Y eso
para no hablar del toro bravo, del que jamás han querido ver uno que no sea en
el plato.
Mejor, me siento a esperar a que salga el toro (que va a
volver a salir). Lo que sí me pregunto es en qué andan Bogotá y sus
administradores. Digo, porque así como tienen tiempo para meter las manos por
la debajo de la mesa para llevar un entuerto como este a donde pretenden,
tendrán ya solución para tantos problemas que hoy vive mi ciudad.
¿Cuáles son las políticas concretas para evitar que el 72%
del comercio de la ciudad (y hablo en especial de los medianos y pequeños
negocios) logre escapar a la quiebra y a la desaparición, con todas las
consecuencias que eso acarrea para miles de familias?
¿Y de qué manera se trabaja en un tema tan delicado como es
la salud mental que deja ya, resultado de la cuarentena, efectos muy
preocupantes?
¿Por qué terminaron los contratos de personal médico acusados
de hacer una coreografía durante una pausa activa de sus labores y en cambio
sostienen a una alta dignataria de la actual administración (Jefe de la Oficina
de Asuntos Disciplinarios) a quien se le perdona maltratar a sus subalternos.
Porque quien la suspendió provisionalmente por tres meses fue la Procuraduría
General y no sus superiores inmediatos, léase Alcaldesa y Secretario de
Gobierno. La señora aplastaba a quienes trabajaban con ella. Y quién sabe si lo
seguirá haciendo, una vez se reintegre. ¿Cómo? Tal cual lo denunció una de las
afectadas, a quien le tiró por la cara esta perla: “A mi no me importa si sus
hijitos malpariditos se enferman”. Esa es apenas la cuota inicial.
Además, ¿les importan acaso, a la Alcaldía y al Concejo, la
suerte de los desalojados estrato cero del sector Altos de la Estancia? ¿De
verdad? ¿Qué pasó con ellos?
Me parece que más bien andan modo antitaurino. Y no gratis.
Saben bien por qué lo hacen: no para defender al toro, que en realidad no les
importa, sino para ganar elecciones y, luego, recuperar popularidad en las
encuestas cuando se ponen a la baja. Siempre les funciona. ¿O no, Luis Ernesto?
Todo esto me lleva a concluir que, muy a su pesar, la fiesta
de los toros es muy importante. Tanto, como para seguir existiendo. Así que,
como siempre durante los últimos noventa años: ¡Nos vemos en La Santamaría!