Roca Rey abre la puerta grande en Cañaveralejo
Las expectativas de la Feria de Cali estaban puestas en el cartel de su penúltima de abono y, sin duda, en la presencia de Andrés Roca Rey.
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Y el diestro peruano no tardó en responder. Le bastó que le echaran ese tercero de la corrida para exponer su tauromaquia que, si se mira bien, va camino a ser tratado.
El faenón comenzó con una sesión de capote que fue tanto fondo como belleza. Y con la muleta, los tres cuartos de plaza vieron pasar, sucesivos, temeridad, temple, mando y arte caro. Un natural de cartel quedó como invitación a la próxima muestra.
La gente borró el pinchazo para otorgar las dos orejas y olvidar la lluvia que comenzaba a arreciar. Vuelta al ruedo al toro.
Sería todo, que no fue poco, porque el toro del cierre salió a defenderse y jamás cambió. Roca Rey no se dio por vencido e intentó de una y otra forma cambiar esa tendencia.
Como anécdota, un espontáneo quiso hacer su peligroso número, pero la actuación oportuna de las cuadrillas impidió lo que pudo ser una tragedia.
Faena de importancia de Sebastián Castella al que abrió la corrida, más aún si se miran las condiciones del toro, de acometida en el capote y más reservado en el trapo rojo.
El francés tuvo sitio y firmeza para imponerse, sin dejar de lado las posibilidades de exponer alguna obra, como esa serie de derecha y mano baja que la gente agradeció. La imprecisión inicial con la espada le negó la opción de un trofeo. Ovación.
Las esperanzas del torero francés terminarían ahí, porque el cuarto de la ya noche lluviosa duró muy poco, apenas para unos muletazos de arranque en los que logró templar e hilvanar un par de series. Saludo de Castella desde el tercio y pitos al toro.
En el primero de los dos que le correspondieron en suerte, el colombiano Luis Bolívar se puso de rodillas para saludar con largas cambiadas y volvió a hincarse luego al comenzar la faena de muleta. Formas, ambas, de enseñar compromiso.
Donde anduvo siempre de pie fue en la labor de aprovechar las condiciones del toro que, mientras anduvo presto y pronto para ir tras los engaños, transmitió emoción. En la recta final de la lidia, el torero colombiano debió apurar las embestidas de su enemigo, eso sí, sin desdibujarse. Oreja justa.
El quinto de la tarde tuvo otras características. Porque al lado de la movilidad con que contó lo que hizo fue arrollar, antes que embestir.
Y la gente se quedó con la imagen de que pasaba algo más, en desmedro del torero, de lo que en realidad se vio. Larga sesión de pinchazos y conclusión en medio de los ya notables espejos de agua.