Un ídolo llamado Cristóbal Pardo

El de Cristóbal Pardo fue un nombre más conocido en los pueblos que en las grandes ciudades. Nunca supo lo que era hacer un paseíllo en la feria de Cali, o la de Manizales. Y cuando la Santamaría le abrió sus puertas,  no era en esos meses de diciembre a febrero donde los toreros colombianos logran codearse con las grandes figuras españolas.

 

Por Rodrigo Urrego Bautista

 

No. Cristóbal Pardo no era de ser huésped de las suites del Tequendama, del inter de Cali, o del carretero. Recorría el país de norte a sur y de oriente a occidente. En carro propio o en bus. Cargando una espuerta con trastos raídos, con vestidos de luces de segunda, pero siempre bien cuidados. Y acompañado de una comitiva de familiares y amigos a quienes atendía siempre y nunca les faltaba nada.

Pero Cristóbal Pardo, en esos pueblos donde las plazas de toros son de guadua o de madera, pero que son el centro de las fiestas populares, era todo un ídolo. Algo que muchos toreros de hoy deben añorar. Cristóbal llegaba al pueblo y todo el mundo lo esperaba. Lo acompañaban desde la carretera, o donde lo dejaba la flota, le ofrecían su casa para cambiarse y le brindaban todo tipo de aperitivos.

Todos querían ser especiales con el ídolo del pueblo. Con el hombre que ante toros de casta o toros criollos hacía saltos de la rana, desplantes osados, y gestos más de alarde que de valor. Era el hombre que superaba, con gracia, a la fiera. Y en los pueblos eso lo agradecían.

Al nombre de Cristóbal Pardo, las plazas de los pueblos se llenaban. Era la figura que no podía faltar en las ferias y fiestas colombianas. El Cordobés de los pobres, o el Cordobés colombiano, lo llamaban. ¿Cuántas personas se hicieron aficionados viendo las proezas taurinas de Cristóbal Pardo? Probablemente, la mayoría.

Otro capítulo merece ese Cristóbal Pardo simpático y gracioso fuera de la plaza. Ese que aprovechaba su condición de ídolo y se ponía de ruana todos los pueblos, siempre con decencia. Puso de moda ese lenguaje propio de los toreros, el ‘kaló’, traído de los gitanos españoles, y que acomodó a las tradiciones colombianas. De gachís se referían a las mujeres del pueblo, o simplemente para hablar en clave sin que ningún  paisano se diera cuenta. A la plata la llamaban ‘la parné’, a la cerveza, ‘priva’, y para pedir prudencia, mejor que alertar con un ‘chántela mui’.

Cristóbal Pardo es un auténtico personaje de nuestra fiesta. Capaz de indultar un toro que tenía toda la barba de 10 años de edad. Fue en Fuente de Oro (Meta), un toro que tras haber sido semental llegó para salvar la corrida. Un toro toreado en 1984 e indultado por César Rincón. Un semental de Vistahermosa de nombre Sonajero. Un toro al que Cristóbal Pardo, en un hecho inédito, indultó por segunda vez.

Y hoy, sus hijos Cristóbal y Noel Pardo, han seguido el destino del toreo, aunque dieron otros pasos. Cristóbal consiguió hacer el paseíllo en las principales ferias. Por eso, cuando le brindó el toro de la alternativa en Bogotá, el viejo Cristóbal se vio tan realizado que cogió la montera, saludó desde el tercio, y si por él fuera hasta hubiera dado la vuelta al ruedo.

 

Noel, el menor, lleva una carrera más marcada por la dificultad. A punto estuvo de perder un ojo cuan do era novillero revelación. Tomó la  alternativa en al año 2010 en Chinácota y sigue esperando hacerse un lugar.

Hoy, Cristóbal y Noel  han querido homenajear al hombre que sembró afición en Tolima, Caldas, Cundinamarca, y los Llanos orientales, y que los tiene en el camino del toro.  El próximo domingo en Guayabal (Tol) la tierra que lo vio nacer y donde vive, el Cordobés de los pobres se despedirá de los ruedos de manera definitiva. Será su último  paseíllo y lo hará al lado de su hijo Cristóbal, de Gitanillo de América y de César Camacho con quienes lidiarán novillos de la ganadería de Juan Bernardo Caicedo.

Un más que justo homenaje a un hombre que le ha entregado su vida al toreo.

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