Bogotá: Ramsés Ruíz “El Colombiano”
Dos orejas al último toro de la temporada le dieron la puerta grande a Ramsés en tarde de consagración. Sebastián Vargas cortó una oreja del cuarto. Cristóbal Pardo completó el cartel.
Por Rodrigo Urrego B.
Fotos Diego Caballero y Rodrigo Urrego
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Si había una tarde para salir a defender la fiesta era la del 19 de febrero. La Quinta Corrida de la temporada, que no la última, como pregonan políticos y ambientalistas, porque en agosto los novilleros que se fajaron por la barriga el toro de la huelga de hambre, por fin, acabarán con el otro ayuno, el que de verdad duele. Era la mejor ocasión para dar la cara, para salir del closet como pidió Castella. Más aún, cuando quienes se iban a jugar el pellejo frente a los toros más imponentes de toda la temporada colombiana en muchos años, eran tres toreros colombianos. Es lo que dictaría el sentido común, lo que aconsejaría el corazón de aficionado. Pero en Colombia, todo es al revés.
Desde la tarde del 22 de enero, ir a los toros daba más miedo que ponerse de rodillas frente a la puerta de toriles. Aquella vez la plaza se llenó con El Juli, Luis Bolívar y Roca Rey y toros de Ernesto Gutiérrez en el cartel. Esta vez el miedo se metió en el cuerpo desde las 10:40 de la mañana, cuando en La Macarena lejos de oírse los clarines y timbales, como toda la vida, lo que sonó fue un estallido propio de épocas de Pablo Escobar. Hasta los animalistas exigían la suspensión de la corrida para seguridad de los taurinos. Pareciera que los toreros colombianos estuvieran condenados a perpetuidad a bailar con la más fea, a pasar las duras y las maduras, a faltarles cinco para el peso.
Si el estruendo pretendía generar terror, a esa misma hora se estaban sorteando los que de verdad daban miedo, pavor. Los seis toros de Santa Bárbara. Cinco entre colorados y castaños, uno negro salpicado. Todos con unas cornaduras en las que se podían poner a secar los trajes de los matadores, los de los banderilleros y hasta las casaquillas de los picadores, si se incluía al sobrero. Los que empezaban a sentir canguelo, en alguna habitación de algún hotel eran Sebastián Vargas, Cristóbal Pardo y Ramsés, los que estaban obligados a pasarse esos pitones por la barriga, de lo contrario saldrían más apedreados que los aficionados en la tarde de la reapertura. Llegaron al patio de cuadrillas en otra tarde de nudos en la garganta. Salieron a la arena ante una plaza con más cemento que público. Y para colmo, el cielo azul que hubo en todos los festejos de toreros extranjeros, esta vez era cárdeno oscuro.
Y no es que el terrorismo hubiera hecho de los suyas, y las boletas se quedaran en el armario. Las boletas se quedaron fue en la taquilla. Desde hace muchos años, el cartel de colombianos en el Santamaría es en el que muchos abonados regalan su boleta, y muchos de los que van a la plaza lo hacen para crucificar a los toreros. Jamás entendería un antitaurino que un taurino tuviera el mismo propósito. Pero es que hay un adagio que dice que colombiano come colombiano.
El palco presidencial pareció crucificar a Sebastián Vargas cuando le negó la oreja del primer toro y en cambio sacó la bandera azul para que lo arrastraran en vuelta al ruedo. Lo primero sería injusto, pero se respetaría, pero el premio para el toro fue como ordenar la captura del torero cucuteño, y eso que le había brindado el toro a los 20 policías heridos por el bombazo de la mañana.
Pero como aquel árbitro que pita un penal dudoso y luego compensa con otro penal, el juez de la corrida le dio la oreja del cuarto. Sebastián Vargas consiguió acallar las voces que le gritaban ¡Toro!, grito clásico en la Santamaría, capaz de poner a toda la plaza de acuerdo. Lo hizo con una fórmula que sabe hacer en plazas de menor categoría, pero esta vez con una emocionante actitud, de batirse contra el peligro con mirada de perro, de raza propia de un torero, de esos que cada vez hay menos.
Cristóbal Pardo no consiguió acallar esos gritos. Desde que se quitó la montera para el minuto de silencio por la dolorosa jornada, ya había algunos que interrumpían tratando de hacerle pesada la tarde. Se libró con el capote y las banderillas, pero con la muleta fue un suplicio. El viento le levantaba la muleta y le gritaban ¡Toro!, el toro le embestía con la cara por las nubes y le gritaban “bájele la mano”, en un acento clásico bogotano; el toro se le colaba y le chillaban “quieto”. Sus toros no fueron fáciles y a Cristóbal no le dieron respiro como para sentirse confiado.
Después de las tres orejas de Manizales, lo lógico es que en tarde tan señalada para el taurinismo todo el país se hubiera volcado, entre otras para sacar a hombros a un torero al que se le depositaron todas las monedas, todas las apuestas de la tarde. Todos en la plaza tenían una expectativa ante el torero de Bogotá. Bueno, había algunos que preguntaban si era español, y otros ni se acordaban que es el último torero que ha conseguido cortar cuatro orejas en una sola tarde en la Santamaría.
Tanta era la expectativa que cuando salió a cubrir el tercio de picadores del cuarto toro, después de su primera actuación, alguien le gritó “¿Qué pasa Ramsés?”. El tercer toro se había ido sin las orejas, puso en aprietos a Ramsés, pero cuando ya le iban a dedicar los gritos, dejó a todos boquiabiertos con una serie con la muleta en la mano derecha, nadie creía que fueran posibles. Se impuso.
Hubo que esperar hasta el sexto para que saliera el más bravo de la tarde. En el último suspiro de la temporada. Apenas para que Ramsés pusiera ronca la plaza de gritar oles. Desde cuando se los pasó por la espalda con la muleta, dos veces, cuando salía de cada serie con la taleguilla cada vez más manchada de sangre, en esos dos circulares invertidos, en las manoletinas en las que el toro pareció atravesar sus piernas como si fueran humo. Esta vez el toro no se hizo el rogar y admitió su derrota. El palco no dio un respiro a una nueva bronca y sacó los dos pañuelos.
Ramsés, el hijo de El bogotano, salió a hombros, rodeado de sus cuadrillas de los novilleros de la huelga, de los aficionados que se tiraron al ruedo. Parecía la coronación definitiva, no como el torero de Bogotá, si no el de Colombia. Precisamente salió con una bandera nacional en su mano derecha. El 19 de febrero de 2017 pudo haber nacido Ramsés Ruiz ‘El colombiano’.
Ficha
Bogotá, plaza de toros de Santamaría
Domingo 19 de febrero
Quinta Corrida
Toros de Santa Bárbara (Vuelta al ruedo al primero y petición de indulto al sexto)
Sebastián Vargas: Vuelta al ruedo y una oreja
Cristóbal Pardo: un aviso y dos avisos