Palomo Linares: Ídolo de la Santamaría
A Palomo le falló el corazón, ese que alimentó su alma de guerrero para arrimarse más que nadie y no permitir que nadie se arrimara a él, en tiempos en que los toreros tenían celo, o por lo menos lo hacían más evidente. Lo suyo, fue la guerra y rara era la tarde en que no salía a hombros de la plaza.
Por Diego Caballero
Palomo Linares fue figura del toreo en una de las décadas más brillantes de la tauromaquia, la de los años 70 en la que para combinar carteles había que barajar su nombre juntó al de Paco Camino, El Viti, Diego Puerta, Paquirri, Miguelin, Ángel Teruel, José Fuentes, Miguel Márquez, Antonio José Galán o El Cordobés. Solo el torero de Palma del Río, le llevaba cierta ventaja, no demasiada, pero era El Cordobés. Palomo, como el de Palma del Río, también mandaba en la taquilla y en los despachos. Juntos midieron sus fuerzas ante los empresarios de las grandes plazas que querían mandar en el dinero de los dos toreros y conformaron “La Guerrilla”, una estrategia que se puso a marchar de pueblo en pueblo; llenaron plazas, sus cuentas acumularon más dinero que muchos del escalafón y acabaron el monopolio empresarial de aquellos momentos. Fue la mayor prueba hecha por toreros para demostrar, al que hiciera falta, que la fuerza es de los que se juegan la vida. La temporada siguiente volvieron a las monumentales y a las maestranzas cobrando lo que quisieron.
Su hoja más brillante en la tauromaquia le escribió en la plaza de Madrid y tiene como contenido el último rabo cortado en Las Ventas. Fue su gran cumbre en días en que se ponía en duda su valía. El 22 de mayo de 1972 en plena Feria de San Isidro, Palomo le cortó el rabo al toro Cigarrón, número 21, de 566 kilos, de Atanasio Fernández, tras una labor que fue calificada como apoteósica, por algunos, en una tarde que había iniciado para él, con las dos orejas de su primer toro. Un hecho histórico que al siguiente día causó mucha polémica, incluida la destitución del presidente. Pero lo cierto es que toda la plaza pidió los trofeos.
Palomo tomó la alternativa el 19 de mayo de 1966 en Valladolid con Jaime Ostos como padrino y Mondeño de testigo ante toros de Salustiano Galache. Pero antes de día tan señalado, Palomo ya era conocido en toda España. Haber salido de la oportunidad de Vistalegre en 1964, la genial idea de los Dominguín y los Lozano, y de protagonizar una película sobre su vida “Nuevo en esta plaza” le había permitido convertirse en un ídolo juvenil en una España que empezaba a pedir cambios. Unos meses atrás de la oportunidad en Vistalegre, Palomo había salido de su pueblo, Linares, que hace pocos años se había dado a conocer por la tragedia de Manolete; lo había hecho con 21 pesetas en su bolsillo, con un atillo y la ilusión para ir en busca de esa oportunidad que inicialmente buscó en Madrid y que encontró en la plaza de Vistalegre.
Pero no por eso lo tuvo fácil. Tras el doctorado, fue la suya, una carrera hecha a sangre y fuego, alimentada con arrimones y cornadas. Con pasión en la plaza y fuera de ella, en los despachos y en la calle. Su sitio no lo podía pisar nadie. Su ímpetu por ser “el más” le trajo problemas como aquel que protagonizó ente las cámaras de televisión española con Paco Camino y que terminó a los golpes afuera del estudio. Un sitio que defendió en la plaza ante una infinidad de hierros como Conde de la Corte, Miuras o Palha, entre otros; no porque se los impusieran, era cuestión de estar por encima de todo y de todos. Así era Palomo, el Zapatero de Linares, el hijo del minero, el eterno maletilla, el torero de la garra, un rebelde que tenía causa, el que empezaba sus faenas de muleta rodilla en tierra, el que siempre se vistió de plata; solo, algunas veces y en los últimos años de su carrera, se vistió de grana y oro. Todo, bajo la mano de Los Lozano, la mano sabia y amiga que supo guiar una carrera que paso por varias estaciones y muchos callejones. Palomo Linares, Pablo, Eduardo y José Luis Lozano, cuatro nombres que dieron guerra a la prensa, a los públicos, que como el de Madrid, quiso oponerse al triunfo de un torero con aires juveniles. Pablo, Eduardo y José Luis, los nombres de tres hombres que siempre buscaron una salida a las angustias y a las oportunidades de Palomo, aun fuera de los ruedos. Tres hombres que ya nada podían hacer cuando el corazón de Palomo decidió fallar por cuarta vez, pero eso ya era cosa de Dios, y si no lo hubiera sido, sus tres corazones hubieran dado.
El ídolo de Bogotá
Palomo Linares fue figura del torero en España y en América fue un auténtico ídolo. Triunfó en todas la plazas americanas, pero por encima de todas había una que lo idolatraba desde el mismo día de su debut, La Santamaría de Bogotá. Pocos toreros han despertado tantas pasiones entre los aficionados bogotanos como el torero de Linares. Él lo sabía y presumía de ello, razones tenia, las placas conmemorativas en los ladrillos de La Santamaría dan fe de ello. Fue Palomo, el torero que ha pisado más veces su ruedo, un torero que no faltaba a su cita con la primera plaza del país y en la que comparecía hasta en cinco oportunidades en una temporada que por esos años se dividía entre los meses de diciembre, enero y febrero. Palomo sumó varios trofeos del Señor de Monserrate e infinidad de placas de diferentes peñas taurinas. La década de los 70 y entrada la de los 80, vio el nombre de Palomo Linares anunciado, casi sin descanso, domingo tras domingo. Su nombre, así como su toro de regalo, eran garantía para los aficionados capitalinos; pocos como Palomo han sido dueños de la afición bogotana. Los viejos aficionados aún recuerdan la aguerrida tarde que compartió con El Cordobés y Jorge Herrera o la tarde en la que se indultaron tres toros de Vistahermosa y en la que Palomo, de blanco y plata, fue protagonista. O la corrida goyesca que conmemoró los 50 años de la plaza y en la que fue extraño ver a Palomo sin lucir la plata. La Santamaría, fue la plaza de su presentación en Colombia en 1966, fue, la plaza de su primera retirada, en 1982 y también el ruedo de su última tarde en Colombia en 1999, tarde en la que por última vez hizo un paseíllo. También fue Bogotá, la primera ciudad que supo de sus pinturas en el año de 1977.
La tarde de su presentación en Colombia fue un auténtico acontecimiento. El 9 de diciembre de 1966, con su montera en la mano, con su sonrisa de niño listo y en medio de El Viti y Joselillo de Colombia cruzó el ruedo de La Santamaría que estaba llena de aficionados que querían ver al maletilla de la película que unos meses antes habían visto en el ya desaparecido Teatro Ariel. Esa tarde toreó toros de la ganadería de Mondoñedo y fue ovacionado, una estocada caída le privó de algún trofeo pero no del agradecimiento de un público dispuesto a jalearle todo. Al día siguiente lidió, con Diego Puerta y Oscar Cruz, toros de Félix Rodríguez y logró cortar una oreja. Aquella tarde, Palomo se metió en su boca el pitón de uno de uno de sus toros impresionando no solo a la afición que gritaba enardecida, también a los maletillas que esa tarde se colaron para verlo, que recibieron el brindis del toro del triunfo y que luego lo sacaron a hombros hasta el hotel, después de que Palomo diera hasta tres vueltas al ruedo. Días después, algunos de esos maletillas, imitaron la hazaña del pitón en una plaza de barrio o de pueblo y ante un cebú. Fue tal el impacto de Palomo Linares en Bogotá, que rápidamente los aprendices de torero que se encontraban en la capital se fueron a las calles, vestidos de maletillas y desde la sede de El Tiempo y de la estación del tren, en busca de una oportunidad, emulando al maletilla de Linares. Lo consiguieron, de ahí nació el serial “El Maletilla de Oro” que tuvo en Pedrín Castañeda a su primer triunfador.
La última tarde en su Santamaría fue de corto, para actuar desinteresadamente en un festival para recaudar fondos para los damnificados de terremoto de Armenia. Aquella soleada tarde de febrero de 1999, estoqueó un novillo de Achury Viejo al que recibió, no iba a ser menos, con una larga de rodillas. Palomo volvía a su feudo americano después de 17 años y tenía que defender, una vez más, su sitio que esa tarde asediaban Antoñete, Roberto Domínguez, Dámaso Gonzales, Jorge Herrera y César Rincón. Un festival con aroma a la nostalgia de la primera plaza del país. Le cortó las dos orejas al novillo que minutos antes le había brindado a Laura, la hija del presidente Andrés Pastrana que fue su amigo y ferviente admirador, así como lo fue Eduardo Santos director del diario El Tiempo. También Eduardo de Vengoechea, cronista del mismo diario, fue su defensor y no se sonrojaba al aceptar que sus crónicas eran “palomistas”. La última vuelta al ruedo de Palomo Linares en su Santamaría, fue lenta, casi eterna; sabia Palomo, ya con muchas canas, que sería la última en un país que siempre le brindó su admiración. Días después, Palomo decidió que esa tarde en Bogotá, sería la última de su carrera.
En Colombia pisó todas las plazas de importancia. Ganó en tres oportunidades (72-74-81) el Señor de los Cristales de la feria de Cali, una plaza en la que debutó el 29 de diciembre de 1967 cortando dos orejas a un toro de Fuentelapeña. En Manizales no llegó a ser dueño de Catedral que se otorga al triunfador pero si fue dueño de una curiosa anécdota. Ocurrió en la feria del año 70, Palomo que toreó (11 de enero) día y tarde pues la corrida de la tarde anterior se había suspendido por lluvia, cortó hasta cuatro orejas a lo largo de aquel día, una de ellas no otorgada por la presidencia sino entregada por el fervoroso Eduardo de Vengoechea que se lanzó al ruedo a entregarle el despojo llevándole la contraria al presidente de la corrida que no considero tal premio. Y para llevarle, aún más, la contraria a la presidencia, un grupo de colegas de Vengoechea, izó en hombros al periodista tras su “hazaña”. Terminada la feria, el primer veredicto del jurado fue declarar el trofeo de la Catedral desierto. Vengoechea y su corte de amigos entre los que se encontraban varios colegas suyos, Ramón Ospina fue uno de ellos, movieron cielo y tierra para que esto no quedara así, y lo lograron. Pero para sorpresa de ellos el trofeo fue otorgado a Gabriel de la Casa. Vengoechea y su corte de “palomistas” al enterarse de la decisión del jurado procedieron a “robarse” la réplica de la Catedral por lo que Gabriel de la Casa no llegó a tener la foto oficial con el trofeo la misma noche de la entrega y el periódico La Patria tuvo que publicar un fotomontaje en su primera página. El trofeo apareció al día siguiente en el baño de damas del Club Los Andes donde se celebró la entrega de dicho trofeo. La anécdota, es una muestra del fervor que producía en algunos aficionados el torero de Linares.
En la Macarena de Medellín son incontables sus tardes y sus triunfos así como en la plaza de Cartagena donde se le tenía especial devoción y a donde Palomo solía acudir con especial gusto. También la pérdida plaza de Barranquilla vio hacer el paseíllo al maletilla de Linares.
Ha muerto Palomo Linares, esa fue la noticia que inundó la mañana del pasado lunes, noticias que iban y venían, desmintiendo y afirmando lo que ya sabíamos. No había espacio para las dudas, se sabía que en cualquier segundo lo confirmarían; su corazón, ya cansado de mil batallas, había dejado de latir.
Adiós maestro.