El toro negro

Cuando estaba muy pequeño sentía que el cuarto de mi bisabuela era un lugar misterioso y cuando lograba escabullirme en su interior el objeto que atrapaba mi curiosidad era la cama. Era una estructura muy sólida de madera y tenía un enorme cuero negro bien templado y asegurado con remaches en los cuatro costados.

Por Fede. Tomado de cuarentongos.com

Más adelante en la vida le pregunté a mi bisabuela por el origen de esa cama. Ella me contó que el cuero había pertenecido a un toro negro muy famoso de la hacienda de su papá, el cual ganó su fama en las fiestas de corraleja por haber causado la muerte de muchas personas y se volvió tan indómito que debieron sacrificarlo, pero no de la manera usual, puesto que ninguno de los vaqueros de la hacienda se atrevía a enlazarlo, lo mataron con una escopeta y con su cuero el tatarabuelo mandó a hacer una cama matrimonial. El temor que infundía el animal era tal que mi bisabuela y sus hermanas sentían pánico de entrar en el cuarto de la hacienda en el que instalaron la cama. Pocos años después la famosa cama del toro negro, el que mató tanta gente, hizo parte de los regalos que mis bisabuelos recibieron en la fiesta de boda.

Esa relación de muerte, fiesta y toro siempre me ha causado curiosidad, ¿por qué invitamos a la muerte a nuestras fiestas? No lo sé. En la cultura popular de las corralejas, así como en las corridas de toros, muerte, fiesta y toro son elementos constituyentes de una tradición centenaria. Como si Eros y Thánatos no pudieran estar completos el uno sin el otro. En la costa colombiana se invita a la muerte a las fiestas, como ocurre en las corralejas, pero también se invita la fiesta a la muerte. En los velorios del Caribe justo afuera del recinto es frecuente observar a grupos de hombres tomando ron y celebrando chistes a carcajadas, las mujeres en cambio están adentro llorando. Risa por fuera y llanto por dentro, como en la ópera de Ruggero Leoncavallo, entretejen la vida y la muerte en el universo simbólico de esa isla encallada, como diría Alberto Abello, que es el Caribe colombiano.

La muerte, la fiesta y el toro no son exclusivos del Caribe. También en la fiesta brava, que es un elemento central de la cultura popular española, se conjugan estos tres elementos. Dicen ahora con vehemencia y una fe casi religiosa que los toros no son arte ni cultura y yo los entiendo, pero debo hacer aquí una aclaración. Los toros no sé si sean arte, pero sí que son cultura, me explico: La fiesta brava es una actividad que ha sido fuente de inspiración para las artes escénicas, plásticas y literarias; pero además hace una apuesta estética propia; claro, para el ojo que lo sabe apreciar porque no es algo evidente. La fiesta brava es una puesta en escena muy genuina porque el toro y el torero se juegan la vida y esa dosis de realidad le da una fuerza simbólica importante.

La fiesta de los toros sintetiza el triunfo arrogante del hombre sobre las fuerzas indómitas de la naturaleza representadas en el toro. Esta celebración tan pertinente para los ojos de otros tiempos, nos resulta ahora supremamente odiosa porque nos pone de presente una realidad dolorosa y es que nos hemos convertido en los verdugos despiadados del orden natural. En tiempos de cambio climático y destrucción acelerada de los ecosistemas es apenas comprensible que las personas quieran acabar con una actividad que se ufana de someter a la naturaleza al capricho humano, por eso cuando veo a los antitaurinos protestar con vehemencia, los entiendo. Si uno invita a la muerte a la fiesta no la debe celebrar.

Las corralejas y las corridas tienen como elemento común al toro, pero tienen una diferencia simbólica importante, en la corrida de toros el protagonista es el torero. Los toreros han sido celebridades rutilantes en España desde mucho antes que lo hicieran los deportistas o los cantantes, así Pepe Hillo en el siglo XVIII; Lagartijo y Frascuelo en el siglo XIX o Juan Belmonte y El Gallo a principios del siglo XX alcanzaron la fama y el reconocimiento de toda una nación.

De otra parte, en las corralejas los protagonistas son los toros: El Chivo, Chivo Mono, El Chelele, El siete cajas, nombrado así por el número de muertes que llevaba hasta ese momento, también el Barrenque, El Arrancateta, o El Balay se hicieron famosos, como el toro negro de mi tatarabuelo, por la cantidad de personas que perdieron la vida en estas celebraciones. Es a los toros a los que exalta la cultura popular del Caribe colombiano, por eso es que mientras en España se les cantó a los toreros, en la costa Caribe se les canta a los toros, porque además en la costa ser famoso pasa siempre por entrar en el olimpo de la música.

La relación entre la muerte y la fiesta, más allá de que el elemento articulador sea o no el toro, es algo muy arraigado en nuestra cultura popular, aunque no siempre es evidente, sino quizás a manera de un inconsciente colectivo, como diría Carl Jung. Cuando la selección nacional de fútbol gana un partido la preocupación de muchos es la cantidad de muertos que producirá la celebración, el día de la madre y las fiestas decembrinas son siempre fechas en las que los cuerpos de salud están en máxima alerta porque, como en las corralejas, siempre invitamos a la muerte a la fiesta.

Ahora que la muerte anda desatada y sedienta, acechando en cada esquina, en cada mano, en cada abrazo, en cada conversación. Ahora que se avecinan tormentas y parece que la amenaza del luto pende de nuestras cabezas, ahora cuando cada día aumenta el número de contagiados y muertos esta cultura decide, como en la costa, traer la fiesta al velorio. Las noticias informan alarmadas de cientos y cientos de fiestas, pachangas, reuniones familiares y hasta orgías que se realizan en medio de la cuarentena y los esfuerzos de las autoridades parecen en vano. En este torpe festejo de la muerte seremos el toro de casta, el que embiste al engaño de manera irreflexiva, el que infructuosamente lucha, el que copiosamente sangra y el que en el tercio final, queda tendido en la arena.

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