Cali, a pesar de la lluvia y de todo…
Tras meses de incertidumbre por cuenta del prohibicionismo, parecía un espejismo ver a Luis Bolívar atravesar el portón de cuadrillas de Cañaveralejo vestido de oro. Fue el primer torero de la tarde en hacerlo el 26 de diciembre, el día que en Cali se dio inicio a la feria taurina, la misma que pocos vieron llegar.
Y debajo de ese vestido azabache que Bolívar lució para abrir “su” feria, esta vez en toda la extensión de la palabra, traía puesta la dura indumentaria del empresario que se había puesto meses atrás. Él, junto a Alejandro Valencia, Juan Carlos Polo, más los mexicanos Luis y Pablo Álvarez anunciaron la feria cuando más rondaba el pesimismo entre la afición taurina de Colombia que había recibido el puntillazo de la prohibición del toreo desde el Congreso de la República.
Por Diego Caballero
Fotos: Rodrigo Urrego B. y William Cortés
El milagro
Por esta razón, la feria taurina de Cali fue un milagro al que pocos le apostaron en las taquillas. Se notó en los tendidos el primer día, apenas cubiertos con menos de medio aforo, quizás porque la propaganda antitaurina, que alegaba que las corridas de toros no se podían programar, caló más en los aficionados que creyeron que los corrales de Cañaveralejo se habían cerrado para siempre. Se retrasó la corrida en espera del público que se tardó en llegar porque unos cuantos antitaurinos quisieron oponerse al milagro.
Esa corrida, la del 26 de diciembre, era la primera apuesta de la empresa. Tenía todo para serlo. Junto a Luis Bolívar y Antonio Ferrera, se anunció el debut de Fernando Adrián. Además de los toros de Ernesto Gutiérrez, siempre garantía. Resultó una buena tarde la de ese jueves. Luis Bolívar se marchó a hombros en compañía de Miguel Gutiérrez, y los hubiera acompañado Antonio Ferrera a quien le faltó estar certero con su espada.
Fue con su segundo toro, quinto de la tarde, cuando Luis labró su triunfo. ‘Luchador’, de Ernesto Gutiérrez, fue a más en sus embestidas gracias a la muleta lidiadora y entregada de Bolívar, y por ese camino llegó el exagerado premio del indulto para el toro. Dos orejas simbólicas paseó Bolívar que le permitieron correr el cerrojo de la puerta grande. Antes, con su primer toro, inició “su” feria de rodillas para seguir por la ruta de la voluntad que, esta vez, no alcanzó premio, a pesar de poner a hervir los tendidos. Un metisaca y un par de descabellos le dieron tiempo al primer aviso.
Antonio Ferrera cortó la primera oreja de la feria, al primer toro de la misma brindado en los medios del ruedo a Luis Bolívar. En el mismo terreno, con suavidad y temple, fórmula que suele dar resultados, Antonio hizo que el toro fuera algo distinto al de los primeros tercios. Llegaron, entonces, muletazos largos que subieron los ánimos de los asistentes, quienes al caer el toro rodado pidieron con fuerza el premio para el torero. Al de Ernesto Gutiérrez le aplaudieron en el arrastre.
Cuando todos esperaban al debutante Fernando Adrián, se vio de nuevo a Ferrera salir con su capote verde. Adrián se había metido en la enfermería de la plaza porque “Se me nubló todo”, dijo el torero. Con el turno cambiado, Antonio fue todo entrega ante un toro al que le faltó raza para responder. Igual hubiera tocado pelo, pero a esa altura la espada de Ferrera parecía haber perdido el filo.
Luego Adrián se apartó del cuidado de los médicos para vérselas con el cuarto de la tarde que peleó de buena forma en varas. Caballo y picador cayeron a la arena. Fue lo más emocionante de esa lidia. Ni el manso toro ni el torero, visiblemente mermado, provocaron un ole, si las protestas con que ambos fueron despedidos. Adrián se volvió a meter a la enfermería para no salir más. Un virus fue la causa, se anotó en el parte médico.
Entonces se tuvieron que desempacar las muletas de Antonio Ferrera para que este se volviera a poner al frente. Una lástima que su esfuerzo, en faena larga, de mano baja, a un toro que humilló, se quedara sin premio por los pinchazos que antecedieron la estocada.
La novillada
Al día siguiente se celebró la novillada. Los de Paispamba no dejaron indiferente a nadie. Con tres de ellos Luis Miguel Ramírez dio un paso más a una alternativa que por momentos se ve envuelta en la incertidumbre que sufre el toreo en Colombia. Tres orejas le permitieron cruzar la puerta del Señor de los Cristales. Dos de ellas las cortó al cuarto de la tarde, buen novillo con el que el antioqueño mostró su oficio.
Bruno Aloi, novillero mexicano, mostró quietud como base de su tauromaquia. Se marchó con una herida en su mano derecha al tratar de despachar al novillo que antes envío a la enfermería al debutante Arturo Cartagena quien quiso, y no siempre pudo, estar a la altura de las embestidas del novillo de Enrique Álvarez.
Se lo pensó mucho el eral de Las Ventas para seguir el camino mostrado por la muleta de Cristian Restrepo, novillero sin caballos quien se mostró solvente y sin espada. La entrada: floja como viene siendo costumbre en los festejos menores programados en Cañaveralejo. Al salir de la plaza, la lluvia que amenazó la tarde anterior, se asomó.
Cae agua
La lluvia regresó tímidamente la mañana siguiente, la del sábado 28 de diciembre, cuando los toreros empezaban a ver el vestido que horas más tarde iban a lucir, mientras las taquillas se movían como estaba presupuestado. Había razones. Por un lado, los caleños habían dado por cierto el mensaje de la empresa: “En Cali si hay toros”. Y por otro, era la tarde del cartelazo de la feria. Sebastián Castella, José María Manzanares, Alejandro Talavante y la despedida de Luis Bolívar. Más los toros del maestro César Rincón.
Pero la lluvia se descaró a las dos de la tarde, y los que no habían cogido el camino a Cañaveralejo ya no lo hicieron. A las cuatro, los aficionados que llegaron a la plaza se atrincheraron debajo del tejadillo en los altos del coso, mientras afuera, largas eran las filas de los que cubiertos con plásticos miraban al cielo como buscando una respuesta a su decisión de entrar a la plaza o devolverse a sus casas. Peor era la incertidumbre que se apoderó del patio de cuadrillas.
Allí, en medio del humo de cigarrillos que se prendían uno tras otro, Manzanares sentado en una silla plástica esperaba que la lluvia dejara de caer. Era su condición, decían algunas voces, para liarse el capote de paseo. A su lado Talavante, Bolívar y apoderados. Castella, en otra esquina, parecía ajeno a caprichos de unos y otros. La lluvia amainaba por segundos y se intensificaba por minutos. Se habló de un aplazamiento, pero se alegó que Manzanares tenía vuelo en horas de la mañana.
Bolívar, una y otra vez, cruzaba el portón de cuadrillas y comprobaba con sus zapatillas el estado del ruedo, mientras sus manos medían la intensidad de la lluvia. Calma, les pidió a los aficionados que reclamaban el inicio del festejo. Ya eran las cinco de la tarde. En tanto, en ese pequeño túnel que separa las dos puertas del patio de cuadrillas, el ambiente era cada vez más pesimista. Tuvo que llegar el ganadero de la tarde, vestido de aficionado, para advertir que suspender la corrida era enterrar la Feria. Nadie protestó. Manzanares, desde su sillón, miraba otra vez el cielo mientras el menor de los Matilla puso tiempo a la espera: media hora. A las seis, aconsejó Talavante. Todos asintieron. Anunciada la nueva hora por los parlantes de la plaza, se llenaron los pasillos de la misma donde el otro frente de la empresa, Vive Gourmet, contaba los billetes que se habían dejado de contar en las taquillas.
A pesar de la lluvia, los tendidos se vieron casi llenos cuando arrancó el paseíllo bajo el agua. Un esfuerzo de todos: toreros y sobre todo de los aficionados que se metieron a la plaza cuando las nubes negras aconsejaban no hacerlo. Esfuerzo que no se vio recompensado por las embestidas de los toros del ganadero que había empujado la tarde. Los de Las Ventas poco ofrecieron. Algo el primero de la tarde, de embestidas nobles, y al que Sebastián Castella supo templar para llegar al triunfo de una oreja. Otra cortó al quinto de la tarde al que tuvo que obligar a embestir poniéndose cerca de sus pitones, algo frecuente en su tauromaquia. Puerta grande.
Manzanares, quien había decidido mojarse, no guardó esfuerzo alguno. Ni con su primer toro que se paró pronto ni con el sexto de la ya noche donde su capote ilusionó, pero el genio del de Rincón poco permitió. Los aplausos del público al torero de Alicante al terminar sus dos faenas fueron la prueba de que él siempre quiso.
La tarde de Talavante quedó en el olvido para el público. O casi toda, porque muchos recordarán los lances a pie junto con los que recibió a su primer toro. Y poco más porque nada ofreció su lote.
A Luis Bolívar le debió costar subirse la taleguilla de ese vestido azul pavo y oro que se colocó para su última tarde en Cali. Debió repasar recuerdos el torero mientras el empresario sentía encima la lluvia que chocaba la ventana de su habitación. Difícil doble trago. Luego, la incertidumbre por una posible suspensión, y minutos después la tensión por buscar un triunfo en la tarde del adiós ante su afición viendo lo que iba saliendo por la puerta de toriles.
Su primer toro peleó bien en varas, como casi todos sus hermanos, pero después ofreció cortas embestidas. Había brindado Luis a sus compañeros en un largo agradecimiento, no solo por haber echado la tarde adelante sino por haber llegado a la Feria en las circunstancias que vive.
Le quedaba a Luis un cartucho: ‘Lulo’, número 26. El toro del adiós en la plaza que creció. Se lo brindó al público llevándose la montera a su pecho. ¡Gracias! parecía decir el gesto del torero. Luego, a la falta de fuerza del animal se sumó el agua que se soltó nuevamente. Tuvo mucho de paciencia y esfuerzo su labor culminada con un espadazo que puso en sus manos una oreja pedida con gritos y plásticos que se movían bajo la lluvia, con rabia al ver que en el palco no se asomaba el pañuelo.
Al finalizar la tarde, con el agua encima, Castella se marchó a hombros mientras se echó de menos un adiós a la medida del torero que representa Luís Bolívar. En los tendidos parecían no saber que era su última tarde. Tampoco en el palco presidencial. Cosas del marketing.
El festival
La lluvia no se fue de Cali. Se mantuvo hasta la noche siguiente, la del festival celebrado el domingo 29. Nuevamente los caleños se le escondieron al agua, nuevo alargue a la hora del paseíllo, pero las velas encendidas con las luces de la plaza apagadas mostraron que la entrada bien pudo acercarse al medio aforo.
Un buen novillo, el más adelantado del encierro de Salento, más no fácil, abrió la noche. Antonio Ferrera terminó disfrutando al natural de las enclasadas embestidas que ofreció el animal. Fue la faena de la noche, no solo por las dos orejas que la premiaron sino por la forma en la que el torero español se ofreció al toro para que este terminara embistiendo de la forma en que lo hizo. Vuelta al ruedo al de Salento.
Fernando Adrián se quedó en Cali para hacer el paseíllo en una noche en la que no estaba anunciado. Era su forma de responderle a la afición a la que le quedó debiendo el jueves anterior. Vestido de paisano, con algún guiño a los arrieros antioqueños, toreó al quinto de la noche. Aprovechó las embestidas del novillo cuando este las ofreció. Suficientes para cortar dos orejas y salir con una sonrisa de la feria.
La otra oreja de la noche la cortó Guillermo Valencia a un exigente novillo. Supo el payanés por momentos estar a la altura de las embestidas. Suficiente para un torero que no hacía el paseíllo desde antes de la pandemia.
Ni Castella ni Talavante, tampoco ‘El Payo’, Luis Miguel Castrillón y Juan Hernández encontraron posibilidades de triunfo ante los novillos que sortearon.
La tarde de Campo Real
En la mañana del día 30, último de la feria, salió el sol para esconderse al medio día dando paso a otro aguacero. En medio de él llegaron Manuel Escribano, Román y Jesús Enrique Colombo a la plaza. En los corrales seis toros de Campo Real, la ganadería debutante en el ciclo caleño.
Y fueron los toros los protagonistas de la tarde. Más allá de las cualidades de cada uno de ellos, los seis tuvieron presencia, no por su peso sino por la personalidad que cada uno mostró al salir de chiqueros, a parte de sus cornamentas propias de su sangre origen Saltillo que levantaron voces apenas salir al ruedo.
El primer toro abrió el catálogo de manera emotiva. A diferencia de sus hermanos embistió repetidamente al capote de Manuel Escribano quien puso temple en las verónicas. Su muleta tuvo la decisión necesaria para imponerse a las humilladas y bravas embestidas de ‘Peregrino’. Eso sí, cuando faltó temple el toro lo pidió quitándose la muleta bruscamente. Embestida exigente que el torero casi siempre superó. La estocada caída y trasera no impidió que el presidente concediera dos exageradas orejas y la merecida vuelta al toro. Su segundo ejemplar fue el único que por momentos se agarró al mojado piso. Algún viaje hizo y lo aprovechó Escribano sin lograr la emotividad que traía la tarde.
Emoción que había quedado a tope pues el anterior toro, de nombre ‘Duende’, se había ganado el perdón en manos de Jesús Enrique Colombo. Como casi todos sus hermanos, el toro salió desentendido del capote. Y también a diferencia del resto de la corrida, no se pudo apreciar con el caballo. Primero porque el picador no se pudo agarrar en dos huidizas arrancadas del toro, y después porque Colombo consideró que ya estaba picado.
Pero apenas embistió a la muleta del torero venezolano, se soltó para regalar embestidas largas, metiendo la cara con clase. Sin asomó de querer dejar de embestir. Colombo respondió con brazos largos, salpicando los derechazos y los naturales con afarolados en busca de una respuesta que el público ya había dado. Tanta, que pronto asomaron los pañuelos que reclamaron el indulto del toro que ya mostraba sus ganas de irse a las tablas. Dos orejas simbólicas se sumaban en ese momento a las otorgadas a Escribano.
‘Artista’ fue el quinto de la tarde. Román lo citó desde los medios con su muleta agarrada con la mano derecha y el toro aceptó la invitación arrancándose con alegría, mientras hacía surcos en la mojada arena. Ya era el toro de la tarde. El valenciano apostó en cada muletazo y ganó una pelea nada fácil. Dos orejas que se sumaron a la ya apoteósica tarde. Antes, en su primero, estuvo cerca del premio. Lo había trabajado con su mano baja a un toro también exigente y con trasmisión, pero se hizo largo el tiempo con su espada.
Cerró la noche ‘Barbero’, toro serio que no siempre encontró respuesta en la muleta de Colombo. Sin embargo, las ganas del venezolano se premiaron con la oreja que puso el broche a la tarde de la feria, la última del 2024. A hombros se marcharon los toreros y Gina García, la ganadera responsable de tantas emociones.
El Señor de los Cristales
Horas más tarde Luís Bolívar se puso otro vestido, el del Señor de los Cristales, el codiciado trofeo que lo reconoció como el mejor de una feria en la que, por distintas razones, no hubo una labor redonda. Dos placas reconocieron a Campo Real como la mejor ganadería del ciclo y como la divisa que llevó a Cañaveralejo al mejor toro de la feria. Hubiera sido necesario otro Señor de los Cristales para premiar un encierro que en medio de la oscura tarde dejó ver una luz de cara a la próxima feria, porque todos quedaron con ganas de volver a ver los Saltillos criados en el corazón del Valle del Cauca, ojalá, esta vez, sin la lluvia que espanta a los caleños.