La fiesta es en El Espinal
Ese parece ser el eslogan de las fiestas de esta calurosa población, que año tras año espera a que armen el cuadrilátero de guadua para abarrotar sus palcos. No se necesita de vallas o grandes carteles que la anuncien, basta con el voz a voz que sale de la boca de cientos de “espinalunos” que saben que en su pueblo la fiesta solo tiene una oportunidad en el calendario y que no hay porque quedarse en casa aunque el sol y sus 40° les digan otra cosa.
Texto y fotos : Diego Caballero
Sus corridas de toros son distintas, basta llegar a su particular plaza de guadua, de forma cuadrada, y con cuatro palcos de altura, para presagiar que ahí no todo será igual. Una plaza armada sin puntillas, una inexplicable arquitectura sostenida con cabuyas amarradas con cientos de nudos entre palo y palo que le dan “seguridad” a los más de 8.000 aficionados que la abarrotan.
Los toreros llegan a ella caminando. Los vestidos de luces atraviesan las calles de la feria de manera casi inadvertida y en medio de vendedores, de parejas que se mueven al son de la música, de personas que buscan sombra en los árboles, de carteristas y de casetas donde se apaña la sed en medio de estruendosos ruidos. Ya en ella, en un improvisado patio de cuadrillas donde hay más policías y miembros de la defensa civil que toreros, se empieza a notar, aún más, la confusión que produce la mezcla de la banda de la plaza con las voces y la música que animan los alrededores de la plaza.
Ni siquiera el paseíllo logra detener el caos. Un paseíllo que se hace largo mientras los vendedores se hacen presentes en los palcos donde, desde la altura, exponen sus vidas por una venta, tanto, como los toreros exponen la suya abajo en el ruedo. Nada parece poner orden, nada parece normal a los ojos de quienes no entienden la tradición de un pueblo.
Solo el toro, por lo menos al comienzo de cada lidia, recuperó el silencio. La imponencia de los toros de Juan Bernardo Caicedo se robó las miradas y por segundos el caos se alejó. Pero fue un espejismo, pronto los ponchos empezaron a asomar desde la parte baja de las gradas haciendo adversas las condiciones de la lidia. Los toros acudieron al llamado de cientos de manos con ponchos que se asomaban desde la guadua y terminaron marcando su querencia, haciendo imposible la labor de los toreros que sudaban más de la cuenta mientras intentaban hacer su fiesta en medio de otra fiesta, la que no paraba en los palcos.
Pero el toreo siempre gana batallas, inclusive en este particular campo de guadua. Cuando un toro repite sus embestidas 20 veces y un torero está dispuesto, todo puede ser posible. Lo comprobó Cristóbal Pardo en su segundo turno cuando con su capote logró un sentido saludo a la verónica y un quite por chicuelinas, ambos rematados de expresiva forma con media verónica, que lograron convertir el ruido en olés. Algo que hasta ese momento parecía imposible. Su capote sumó lo suficiente para lograr el saldo de una oreja tras banderillear con acierto y lograr una breve faena de muleta antes de que aparecieran los ponchos.
Ramsés, en el último de la fiesta, logró detener el caos por más tiempo. Su muleta consiguió que el toro de Juan Bernardo Caicedo se mantuviera por más tiempo detrás de ella. Fue, el toro que más posibilidades dio en la tarde, siempre que acudió a los toques, lo hizo con clase y largura, lo que permitió que la faena se robara la atención de los palcos desde el comienzo de la misma hasta el estoconazo que puso en las manos del torero bogotano las dos orejas.
No hubo espacio para su ganada salida a hombros, pronto el ruedo se vio inundado por una verdadera estampida humana, proveniente de otros lugares ajenos a la plaza de toros, que recomendó a los toreros y a sus cuadrillas buscar la salida de la misma forma en que llegaron, de manera inadvertida y rápida mientras la fiesta afuera se “tomaba” con más fuerza. Ya alejados de la plaza, los toreros extenuados se quitaron los empapados vestidos de torear, mientras en el cuadrilátero la Fiesta de El Espinal continuaba.
FICHA
Sábado 1 de julio
Lleno en los palcos
Se lidiaron toros de Juan Bernardo Caicedo.
Cristóbal Pardo (burdeos y oro): silencio y oreja
Ramsés (azul purísima y oro): silencio y dos orejas