La sinfonía inconclusa
Madrid – Apuntes de Víctor Diusabá Rojas del cuarto festejo de la Feria de San Isidro.
Siempre será un enigma por qué Franz Schubert no concluyó su sinfonía. De hecho, hay quienes dicen que lo que dejó compuesto el austríaco era todo: dos movimientos y no tres. Pero quizás entonces a alguien le gustó tanto la obra que hubiera preferido esas notas más y le llamó así, inconclusa, cuando la estrenaron, 40 años después de la partida de Franz, quien falleció a sus jóvenes 31 años.
O, de pronto, tengan razón quienes le achacan al espíritu sin ataduras del joven genio el dejar las cosas así, en el punto exacto que le aconsejaba su real gana.
Dirán los puristas de la música que ojalá no se me vaya ocurrir decir que, evocando a Shubert, lo de El Juli en Las Ventas en ese irrresoluble quinto de La Quinta, al que luego convirtió en monja de la caridad, fue una sinfonía inconclusa. No, no lo voy a decir. Ya les digo por qué. Antes, déjenme hacer un viaje en el tiempo. Sucedió en Bogotá en la primera mitad del siglo pasado. Coincidieron dos artistas en la ciudad. Sus nombres, los quedo debiendo.
Uno, un célebre músico e intérprete. Una figura de talla mundial. El otro, un torero, ídolo de multitudes. Alguien tuvo la mala idea de averigüar cuánto le pagaban a cada uno. Y, con cifras en mano, se quejó de que el matador de toros ganara mucho más que el maestro concertista. La discusión se zanjó pronto: “lo que sucede es que los violines – o lo que fuese que tocara el músico – no pegan cornadas”.
Sí, El Juli no es Shubert. De acuerdo. El Juli no es más que Julián López, un hombre que esculpió un miércoles, este miércoles, en el ruedo de Las Ventas, una obra que va a quedar para siempre en la memoria como su sinfonía inconclusa. Esa que, al igual que la otra, la de Shubert, jamás vamos a olvidar. Porque, créanme, esas dos que no cayeron por culpa de la espada, las llevaba Julián por mandato de una plaza que lloraba a mares con él, solo que en silencio.