LUCES Y SOMBRAS DE ANTOÑETE
Ha muerto Antoñete. El torero del mechón blanco, el del cigarro siempre a la mano, el que huía del color amarillo. Torero único, referente de todos. Nos queda su tauromaquia, que entre luces y sombras, estuvo llena de virtudes y salpicada por la mala suerte. El torero al que tantas veces le dieron por muerto, se ha marchado para siempre.
Por Diego Caballero
Su nombre hace parte de la lista de toreros que llegaron tras la sombra de ‘Manolete’: César Girón, Pedro Martínez ‘Pedrés’, Manuel Jiménez ‘Chicuelo II’, Emilio Ortuño ‘Jumillano’ y Dámaso Gómez, entre otros, fueron sus compañeros en su etapa de novillero. Todos valientes hasta el punto de perder la razón. Él, un torero que escogió el camino del clasicismo, lideró ese escalafón en 1952, no sin antes fracturarse los tobillos hasta por tres veces y sufrir lesiones en sus hombros. ¿La causa? Sus descalcificados huesos, las volteretas y su capote de paseo con forro amarillo.
Ese capote de paseo y un viejo traje verde y oro, alquilados en la sastrería Linares, fueron su primera muda de torear. La ‘estrenó’ en Las Ventas de Madrid, no podía ser en otro lugar, en 1946 en un festejo nocturno protagonizado por el Bombero Torero. Con ese vestido, que debió parecerle el más bonito de todos, se recostó en los rojizos ladrillos del patio de cuadrillas de las Ventas y donde entonces se hacían fotos los toreros. Dos años antes en ese mismo lugar había quedado casi petrificado, como lo confesaba continuamente, al ver la seria figura de ‘Manolete’. Recordaba el maestro que esa tarde todos miraban al torero cordobés con respetuosa distancia, mientras él, con doce años, no le quitaba la mirada a la mano del torero cordobés que apretaba entre sus dedos un cigarrillo. Entre esa aurora de humo Toñete, como llamaban a Antonio Chenel por esos días, empezó a soñar con ser torero, dándole inicio a una carrera llena de glorias y de mala suerte; de faenas cumbres y lesiones inoportunas.
Una biografía, la suya, que alcanzó su mayor resplandor en su penúltima etapa (1981-1985) cuando logró sostener el brillo de su madurez, alejado de sus apatías y de la fatalidad. Una etapa que colocó su nombre en la lista de los toreros que mejor han interpretado el toreo.
LAS VENTAS, EL PATIO DE SU CASA
Antonio Chenel nació en Madrid el 24 de junio de 1932. La Guerra Civil que sufría España en esos momentos obligó a su familia a vivir en Valencia, la ciudad donde había sido trasladada la Casa de la Moneda y donde trabajaba su padre Francisco Chenel. Luego a Castellón, y al terminar la contienda civil, a Alicante. Volvieron a Madrid en 1940 y Antonio, con 8 años, sufrió con su familia las consecuencias de tener un padre rojo, de izquierdas y republicano. Desalojados y con hambre, lo que descalcificó sus huesos, no tuvieron más remedio que ir a Las Ventas de Madrid en busca de Paco Parejo, el mayoral de la plaza de toros que estaba casado con Carmen, la hermana mayor de Antonio. Así fue como Antoñete ‘pisó’ por primera vez Las Ventas. Su padre terminó de monosabio y Antonio metido en el patio de cuadrillas buscando tocar los vestidos de los toreros. Como en la tarde que descubrió a Manolete. También a Pepe Luis Vásquez, Domingo Ortega e Incluso pudo ver a Juan Belmonte torear un novillo a puerta cerrada.
MADRID SE LE RESISTE
En su inicial etapa de novillero los triunfos en plazas como Barcelona, Zaragoza, Bilbao, Valencia y la misma Sevilla no se ven reflejados en Madrid, ruedo en el que se presentó con picadores el cinco de junio de 1952. Su actuación no pasó de mostrar destellos y detalles que no fueron suficientes para rendir al público madrileño. Ni en esa tarde, ni en la del siguiente mes, cuando hizo el paseíllo con el debutante César Girón, pudo triunfar. “Antoñete” llegó a la alternativa sin poder triunfar en “su” patio.
Castellón de la Plana, la ciudad que fue su refugio en tiempos de guerra y que vio sus primeros años, también fue testigo de su doctorado. En 1953 y en plena feria de la Magdalena, Julio Aparicio, en presencia de “Pedrés”, le cede un toro de Curro Chica. El mismo año, el 13 de mayo confirmó su alternativa en Madrid. Su admirado Rafael Ortega y “Pedrés” completaron el cartel aquélla tarde en que se lidiaron toros de Alipio Pérez Tabernero. Una vuelta al ruedo fue su balance, saldo insuficiente para lograr entrar en Madrid.
LA PRIMERA PUERTA GRANDE
Dos días más tarde, vestido de Azul pavo y oro, “Antoñete” logró cruzar por primera vez la esquiva puerta grande de las Ventas. El torero del muletazo eterno y cadencioso empezaba sus lecciones en el coso venteño. Cortó tres orejas a los toros de Fermín Bohórquez.
Su éxito le abre un sitio en la Corrida de la Beneficencia en la que se lidiaron ocho toros de Manuel Sánchez Cobaleda y en la que alternó con Julio Aparicio, “Jumillano” y “Pedrés”. Chenel cumple sin más, pero ya es uno de los toreros notables del escalafón.
LOS HUESOS DE CRISTAL Y LAS CORNADAS
Su triunfo se traslada a otras plazas y su nombre gana prestigio. Pero en agosto se asoman las sombras a su carrera. En Málaga sufre la primera lesión ósea en su muñeca izquierda, producto de una voltereta que le propinó un toro de Pablo Romero. Su primer gran año se vio interrumpido. Con la moral por los suelos vio cómo se quedaban 90 contratos sin cumplir.
En 1954 y 1955, los dos siguientes años a su primera puerta grande en Madrid se vio anunciado en la feria de San Isidro en tres tardes, pero en ambos años la mala suerte, traducida en cornadas en sus primeros toros, lo dejan por fuera de la feria sin poder defender su lugar. Reaparece y triunfa en plazas de menor nivel, pero en tiempos de gran competencia Madrid resultaba vital.
AÑOS DUROS
En el San Isidro de 1956 logra cortar una oreja de un toro de Barcial. Esa tarde Chenel se adelantó a lo que años más tarde sería reconocida como su tauromaquia: citó de lejos, esperó, mandó y despidió la embestida del toro hasta donde su brazo lo permitió. En 1957 no tiene fortuna y su cartel empieza a perder cotización. Al año siguiente (1958) pincha una buena faena en Madrid, fuera de San Isidro, en una tarde en la que actúo con Rafael Ortega y Pepe Cáceres, pero ese recuerdo se diluyó muy pronto en San Isidro y en septiembre con actuaciones desangeladas.
Desmotivado, no actúa en 1959 y reaparece, un año más tarde en Talavera de la Reina. Vuelve a Madrid, fuera de San Isidro, y de nuevo su espada le quita el triunfo aunque el recuerdo de su faena le permite volver ese año y el siguiente, aunque sin mayor fortuna. No torea en 1962. Al siguiente año, el 28 de abril, logra hacerse a una sustitución de Curro Girón y corta una oreja de un toro de Moreno Guerra, pero la feria ya tenía carteles. Dos tardes más, al terminar San Isidro, fueron saldadas con silencios y no logra meter su nombre en otras plazas.
DE SUS PROPIAS CENIZAS…
Casi olvidado se plantea hacerse banderillero. Había pasado la temporada anterior (1964) sin torear y además se había separado de su mujer, y de su dinero, que había dejado en manos de sus hijos. Su cuñado Paco Parejo y don Livino Stuyck, el empresario de Las Ventas, le hacen desistir de su idea ofreciéndole una tarde en verano.
Por primera vez en la temporada se puso el vestido de torear para hacer el paseíllo en Madrid el 8 de agosto de 1965. Al finalizar la tarde “Antoñete” abandonó la plaza madrileña a hombros. Un toro de Félix Camelo le regala las suficientes embestidas para que el torero surgiera de sus cenizas con dos orejas en sus manos. No hubo muchas oportunidades para hacer el paseíllo ese año, pero a su teléfono llamó Ignacio Sánchez Mejías. Chenel volvió a tener apoderado.
ATREVIDO, EL TORO “BLANCO” DE OSBORNE
Fue como un milagro. La mejor faena, para muchos, realizada en la plaza de Las Ventas. Un trasteo que llegó a ser calificado de unico, pero realizado con el toreo de siempre. Aquel 15 de mayo de 1966 “Antoñete” se colocó lejos para citar al toro, le dejó la muleta en la cara para cargar la suerte y empalmar muletazo tras muletazo que resultaron largos, despaciosos y templados. Los pases de pecho de pitón a rabo.
Aquélla faena tuvo como premio una sola oreja porque la espada no entró en el primer intento, pero fue suficiente para que fuera declarado triunfador de la feria de San Isidro. Y eso que en ese ciclo se vivieron otras faenas históricas como la realizada por el “Viti” al toro “colorado” de Garzón por la que se le pidió el rabo, o las que merecieron calificativos de ‘cumbres’ en el inolvidable mano a mano entre Paco Camino y Curro Romero. También fue el año de la recordada faena de Victoriano Valencia a un novillo de Palha.
Ese triunfo le aseguró a Chenel un lugar en la Corrida de la Beneficencia donde cortó una oreja y en la Corrida de la Prensa en la cual obtuvo la oreja de oro después de cortar cuatro apéndices. Tres tardes de seis orejas en Madrid pusieron a ‘Antoñete’ al frente del toreo. Era su temporada…
LOS HUESOS, OTRA VEZ…
Un toro le parte su muñeca izquierda en la plaza francesa de Frejus y lo que parecía una triunfal temporada, se tuerce. Dos meses en el dique seco antes de reaparecer en Calahorra. Al día siguiente, en Palencia, sufre una grave cornada cuando dibujaba una media verónica. Los contratos se le escapaban y solo, muy al final de la temporada, pudo torear unas pocas corridas en España antes de viajar a Lima para iniciar campaña en América. Hasta allí le persigue la ‘parca’. Ignacio Sánchez Mejías, su apoderado, muere víctima de un infarto cardiaco. Chenel, que siempre se movió al ritmo de sus sentimientos, se mostró afectado por la ausencia del único apoderado que se le ofreció en los años duros.
Las temporadas de 1967 y la de 1968 sirven para que ‘Antoñete’ sume muchas tardes, pero pocos triunfos. En 1970 y 1971 los contratos vuelven a escasear. Su nombre desaparece del escalafón hasta el punto que en 1972 no se viste de torero. Al año siguiente vuelve a cortar una oreja en Madrid, en su primer toro del Pizarral, pero la devuelve minutos después cuando el público lo abronca en su segundo turno. Dos tarde más en San Isidro de 1974, pero Chenel no tiene suerte.
PRIMERA RETIRADA
La anuncia en 1975. Actúa dos tardes en Madrid. En la primera comparte cartel con Dámaso Gonzáles y José María Manzanares. Pitos y pitos. La otra tarde, la del primer adiós, es en solitario.
Su Cuñado Paco Parejo, siempre a su lado desde aquella novillada nocturna en Las Ventas, llorando le corta la coleta después de otra gran faena, en una tarde de mucha irregularidad. La corrida fue de Sánchez Fabrés y la fecha el 7 de Septiembre. Una sola oreja fue el reflejo de tan triste adiós, lejos de lo que merecía su carrera que había subido a la cima tres veces.
LA CONSAGRACIÓN DEFINITIVA
En 1977 viaja a Venezuela a torear un festival de viejas glorias al lado de Manolo Escudero, Luis Sánchez ‘Diamante Negro’, Ely Gómez; los mexicanos Pepe Luis Vásquez y Luis Procuna. Triunfa y le ofrecen más festivales. Chenel accede y sus triunfos le ayudan a sentirse torero en tierras lejanas. Curro Girón lo convence de vestirse de luces en la feria de Margarita sustituyendo a José María Manzanares y alternando con las figuras. Sus faenas y una exclusiva de quince corridas en España, ofrecidas por la familia Brandés, le hacen pensar que el mejor ‘Antoñete’ está por venir y decide intentar de nuevo la aventura.
Tenía cincuenta años y un mechón de pelo blanco. Chenel valoró su situación: necesitaba el dinero, tenía aún muchas cosas que decir y, lo más importante, que el toro de los 80, como luego lo reconocería, dejaba estar.
Y otra vez Madrid. Vestido de grana y oro se asomó por el patio de cuadrillas el 22 de mayo de 1981. A su lado Pedro Moya el ‘Niño de la Capea’ y Julio Robles. ¿Quién es el de grana? Esa era la pegunta en los tendidos. A Antoñete ya le habían olvidado. Quince años habían pasado desde la tarde de ‘Atrevido’. El toro de la reaparición, de Ramón Sánchez, huye del caballo del picador hasta por cuatro veces, el tercio de banderillas es deslucido. La bronca se toma Las Ventas. El viejo maestro lo lleva hasta los medios y ahí logra cuatro soberbios naturales sin ceder un palmo de terreno. La plaza pasó de la bronca a un olé cerrado. Pinchó ese toro, también el segundo, poco importó. La huella de su torería se tomó la plaza.
Repite días después, el 21 de junio, en mano a mano con Rafael de Paula y por septiembre con Manolo Vásquez en otro mano a mano. Los más jóvenes, los que se hacían preguntas, ahora lo convierten en su torero.
El tres de junio del año siguiente se hace indispensable para el toreo. Llovió mucho esa tarde en Madrid. Chenel pide suspender la corrida, pero José Antonio Campuzano y el colombiano Jairo Antonio Castro, que confirmaba su alternativa, lo convencen de hacer el paseíllo. Volteretón en su primer toro y luego las dos orejas de ‘Danzarín’ de Garzón. De azul y oro, como aquella primera vez, vuelve a salir a hombros por la puerta grande de Las Ventas. El toreo suspira por ‘Antoñete’ que se convierte en torero de culto.
En 1985 Manolo Chopera, empresario de Madrid, y por entonces su apoderado anuncia la retirada de Chenel. Lo acarteló en las tres mejores tardes de San Isidro. La última, el 7 de junio, vestido de malva y oro, cuajó una de sus mejores faenas. “Cantinero”, de Garzón, fue el toro al que desorejó. A hombros se lo llevaron con aromas de nostalgia por el torero que ya tenía anunciado su adiós para el 30 de septiembre en mano a mano con Curro Vázquez.
Una mala corrida de Belén Ordóñez se cruzó en el final feliz. Ni esa tarde las sombras se quisieron ir de su lado. Hasta pitos escuchó en su segundo toro. Tampoco hubo mayor fortuna en el toro del adiós. Cuando acabó su faena, visiblemente desencajado, se fue en busca del burladero con las manos en sus mejillas. Recostado en las tablas rompió en llanto. ¡Torero! ¡Torero! gritó Las Ventas. Se lo llevaron a hombros, ‘Antoñete’ seguía llorando, Madrid también.
LOS ÚLTIMOS AÑOS
Volvió a torear en 1987 y se mantuvo en activo hasta el año 2000 con apariciones esporádicas y especiales e incluso volvió a Madrid, con 66 años, para embrujar a su público el 24 de junio de 1998, día de su natalicio. Las Ventas, la plaza que no solo fue el patio de su casa, si no también fue el escenario de sus mayores triunfos y dueña de una paciencia capaz de soportar los largos periodos de apatía e inactividad de “su” torero. Fueron 77 tardes como matador de toros, 30 orejas y siete salidas a hombros. Antoñete, torero de Madrid.
Tras su retirada continuó metido en el mundo del toro como comentarista en Canal plus, compartiendo sus amplísimos conocimientos taurinos en las retransmisiones con Manuel Molés.
COLOMBIA
No fue “Antoñete” un torero de prodigar mucho en América. La temporada de 1981 y 1982 fue quizás su más larga estancia en Colombia, una temporada en la que hizo matador de toros a César Rincón en la Santamaría de Bogotá y en la que participó en las ferias de Manizales y Cartagena.
Su debut en Cañaveralejo (Cali), el 26 de diciembre de 1966 -el año del toro blanco- no fue el más triunfal. Ese día ‘Antoñete’ hizo el paseíllo con Pepe Cáceres y “Tinín” con quienes lidió una corrida de Vistahermosa, propiedad de don Francisco García. Esa tarde sustituyó a Palomo Linares y fue la primera de tres actuaciones dentro de ese ciclo caleño en el que no hubo demasiada suerte para un torero que venía con el dolor de perder a su apoderado en Lima como ya se reseñó anteriormente.
Su presentación en Bogotá fue el 26 de febrero de 1956, día en que se celebró el aniversario número 25 de la Santamaría en una temporada marcada por los disturbios ocurridos en esta plaza, quince días antes, por motivos políticos. Chenel no cortó orejas, pero dejó su sello con una corrida de Clara Sierra.
Pero por lo que más se conoció a Chenel en Colombia fue por su participación en brillantes festivales. En 1986 los colombianos lo vieron a través de las cámaras T.V.E. en un festejo celebrado en la plaza de Madrid y que sirvió para recoger fondos para los damnificados por la tragedia ocasionada por La erupción del volcán Nevado del Ruiz.
Otro tuvo lugar en la Santamaría bogotana. En 1994 se vistió de corto para buscar beneficios para los damnificados de las inundaciones del río Páez en el departamento del Cauca. Salió a hombros junto al novillero caleño Diego González. En 1999, de nuevo en Bogotá, se vio por última vez al torero del mechón blanco hacer el paseíllo. Esta vez a favor de los damnificados por el terremoto de Armenia. Cortó una oreja.
Ha muerto el torero de las sorpresas, de las resurrecciones infinitas, el del ‘pitillo’ Winston siempre en su mano, como el ‘Manolete’ que vio con 12 años. Adiós maestro, adiós torero de leyenda.