Luis Bolívar: cuatro orejas en Manizales
Esta es una de esas películas que se puede contar por el principio o por el final. Incluso, a partir de la mitad.
Por Víctor Diusabá, tomado de La Patria en internet
Foto Wiliam Cortés
Comencemos por el inicio. Ese de Luis Bolívar, que luego tendría segunda parte. Así anda Luis, capaz de hacer series en las que hace de protagonista mientras que cada faena, a la que podemos llamar capítulo, trata temas diferentes, eso sí, siempre con su sello personal.
Sello que cuando brota de la madurez, como sucede hoy con él, parece hecho en barricas de roble. Entonces, con el fondo que da el oficio, Bolívar fue tras ese primero para aprovechar los viajes de largo y, enseguida, la condición del de Las Ventas para quedarse en los medios.
Vino entonces la elaboración de una obra en la que el temple y el sitio dijeron quién mandaba allí. Mató a ley para una oreja, pero le dieron dos. Enemigo de decirse mentiras, dio la vuelta al ruedo sin sentirse pleno.
Por eso volvió con más ganas en el cuarto para buscar no solo el regocijo de los demás sino el más importante, el suyo. Quizás no lo halló, aunque sabe que estuvo cerca. Sobre todo con los naturales que le recordaron algo que se sabe desde hace rato, su cara mano izquierda.
La Presidencia volvió a equivocarse y le dio una de más. Era lo de menos porque ahora sí, Luis Bolívar estaba feliz con Luis Bolívar.
Vayamos ahora al final. Ese que, como los mejores finales, resultó impensable. Porque allá dentro, en los corrales, había un tío de nombre ‘Gorra Roja’ de la ganadería Juan Bernardo Caicedo, digno de Madrid. Él andaba en vela, solo que sin saber su turno.
Fue ahí, al filo de la devolución del quinto y del quinto bis, cuando lo llamaron a pelear. Y así llegó para hacer historia. Uno, con el respeto que imprimió de salida. Dos, ante el caballo, donde vendió cara la piel. Y tres, en la muleta, y qué muleta, de Emilio de Justo.
Fue como volver a los tiempos de antes con el toreo de ahora, un delicioso viaje al pasado. Con pasión, la plaza se volcó a vivir ese momento. Solo que la espada no hizo caso. Igual, todos nos llevamos a la casa esa sinfonía inconclusa, testimonio de verdad.
Y falta lo que en medio de esos dos monumentos supo erigirse. Se llama Tomás Rufo y ha llegado para quedarse y escribir su propio guión, como lo que ya es, un adelantado en trance de figura.
Lo que no tardará en suceder si solo, y nada más, se sigue llevando los toros tan atrás como si no existieran las leyes físicas. O parando el reloj, en desafío al tiempo mismo.
Ficha de la corrida
Toros de Las Ventas del Espíritu Santo, bien presentados, escasos de fuerza y de juego desigual. Nobles primero, tercero y cuarto. Basto, el segundo. Devueltos quinto y quinto bis por inválidos, sustituidos por un serio, bravo y encastado de Juan Bernardo Caicedo. El sexto de Las Ventas, deslucido.
Luis Bolívar: dos orejas y dos orejas.
Emilio de Justo: palmas tras aviso. Y ovación tras dos avisos.
Tomás Rufo: una oreja y saludo en los medios.
Plaza casi llena. Tarde fresca.