La Sanjuanera vuelve a ser la primera piedra

Como hace cuatro décadas, cuando los matadores colombianos, sin espacio en plazas europeas, abrieron camino a la tauromaquia en los pueblos del país, San Juan de Rioseco marca el inicio de la temporada de la provincia en 2022, con un mano a mano en plenas fiestas de San Juan y San Pedro. Las primeras con público, y toros, tras el encierro de la pandemia. 

Por Diego Caballero D.

Hace 43 años, el único país del mundo bañado por dos océanos, vivió una de sus últimas colonizaciones. O conquistas. Vestidos con trajes de luces, los matadores de toros del escalafón nacional de entonces, que aún no tenía el nombre de César Rincón, dieron inicio a la era moderna del toreo en Colombia, cuando decidieron hacer paseíllos por arenas movedizas de los pueblos, hasta entonces exclusivas para los novilleros con sueños de gloria, aunque las embestidas del Conde de la Pelota, como le llamaba el banderillero Rafael Cruz ‘Metralla’ al ganado criollo, fueran las que alimentaran las ilusiones.

La conquista, sin embargo, la había liderado Joselillo de Colombia, pero sus banderas solo quedaron, lo que no es menos, sembradas en las grandes ciudades. Cartagena, Bucaramanga, Palmira y Popayán, por mencionar capitales departamentales.

En 1979, Joselillo y su hermano, el también matador Manolo Zúñiga, estaban a punto de colgar sus trajes de luces, no sin antes anunciar una nueva conquista: una plaza de toros, en madera y con capacidad para 9.000 personas, en Ipiales, Nariño, casi que en la boca del burladero de la frontera con Ecuador.

La reconquista

Aquella década, los nombres de los matadores colombianos con mayor cartel, encontraban sitio en las plazas españolas. Algunos como Jaime Gonzales ‘El Puno’, Enrique Calvo ‘El Cali’ y Jorge Herrera figuraron en los puestos altos del escalafón europeo, primero en el menor y luego en el de los matadores de toros.

También novilleros como German Urueña, Leónidas Manrique, Pedrín Castañeda, Jairo Antonio, entre otros, lograron por aquellos años sumar los suficientes festejos, que entonces valían para tomar la alternativa en ese país. Al finalizar la década, las plazas españolas se cerraron para los colombianos. No había otra para vivir como toreros, que hacerlo en su propia patria.

Aunque ‘El Puno’ y ‘El Cali’ se empeñaron en quedarse en España, entre otras porque algunos empresarios de las grandes plazas colombianas, solo se fijaban en quienes sonaban al otro lado del charco para los carteles de las ferias. Los demás, considerados “de pueblo”, parecían no tener los quilates para brillar en una terna frente a las figuras que venían desde el viejo continente. Solo un torero estaba por encima de aquella descalificación: Pepe Cáceres.

El maestro de América, junto a Jorge Herrera, el de mayor relumbrón de aquel entonces, decidieron emprender la aventura que alguna vez había diseñado la cabeza de Joselillo. Los diestros de Honda (Tolima) y Fusagasugá (Cundinamarca), a punta de tablas, martillo y machete, abrieron camino como los campesinos de la colonización antioqueña, un siglo atrás, y establecieron los nuevos redondeles que como si fueran una espiral, cautivaron y maravillaron a quienes, por primera vez, disfrutaban de un espectáculo que creían exclusivo para las grandes capitales, como el cine y el fútbol.

Tolima Bravo 

Ya habían logrado debutar en pueblos cercanos a Bogotá, y darle categoría a La Pradera de Sogamoso, pero los territorios del ‘Tolima grande’ fueron la meta.

Labor con tintes quijotescos. Si bien su condición de matadores de toros era toda una novedad en los pueblos por reconquistar, estos ya tenían programados sus festejos. Hasta 40 novilladas estaban planilladas en la Unión de Toreros de Colombia para los meses de junio y julio de ese 1979, en casi igual número de poblaciones que ya eran feudo de los novilleros.

Las festividades de San Juan y San Pedro, tradicionales en el sur de Cundinamarca y sobre todo en Tolima y Huila, cumplían 20 años. En 1959, Adriano Tribín Piedrahíta fundó las fiestas del folclor en Ibagué, y Neiva se sumó. Mientras en tierras donde suena el bunde se rendía tributo al santo Juan, en las del bambuco ‘El Barcino’, San Pedro era el motivo de celebración. Ambos hicieron una sola fiesta, para mezclar el alma del campesino con la de los habitantes de las grandes ciudades.

Miles de visitantes las convertían en un buen lugar para dar corridas de toros y casi que las únicas del Tolima grande donde ese año había sitio para ellas porque al son del Sanjuanero, los sureños de Purificación, Ortega, Coyaima, El Guamo, Piedras, Coello, Fresno, Chaparral, El Espinal, Flandes, Gaitania, Natagaima y Dolores llenaban plazas de madera y guadua para ver a Julio César Cáceres, Fermín Hernández, Enrique Nieto, Julio López, Libardo Vera, Paco Manzanares, Fabio Duarte, Jorge García ‘El Pollo’, Luis Ramos, Armando Rodríguez ‘El Zafiro’, Reynaldo Belcastro ‘El Barcino’, Orlando Rivera ‘El Llanero’, Mariano Arias, Javier Santos, Misael Garzón, Héctor Chaparro, Paco Manzanares, Orlando Sánchez, Gabriel Pinilla, Gregorio Garzón, Manolo Zambrano, Carlos Díaz ‘El Soberano’ o a Carlos Castro, entre otros.

Se disputaban los aplausos con los enanos y payasos de la parte cómica de los festejos, en los que se lidiaban toros criollos provenientes de los llanos orientales. Los ‘Maporitas’ eran los más solicitados por la “afición” naciente, así como los de la familia Pinzón y los de los ‘patojos’ Vargas, boyacenses todos ellos, dedicados a sacar toros de “pura casta colombiana’’. Joaquín Rodríguez ‘Pereque’, el matarife de la Santamaría, era el veedor encargado de seleccionar el ganado que llegaba a aquellas precarias plazas.

Entre la camada de novilleros, tres se repartían los contratos en los que las sumas de dinero eran las más altas. Dos de ellos se medían en verdaderos duelos: Cristóbal Pardo ‘El Cordobés de los pobres’ y Gonzalo Galindo ‘El Timy del Caquetá’. Dos valientes que agotaban las entradas en cuestión de minutos, como ocurrió ese año en El Espinal, plaza de monumentales dimensiones, con palcos levantados en guadua amarrada con cabuya, que celebró cinco novilladas por San Juan, en el ruedo que después se bautizó en honor del diestro local Gilberto Charry, tan grande como la cancha del Maracaná el estadio de fútbol de Río de Janeiro, considerado el más grande del mundo con aforo para 200.000 gentes.

A hombros en el incendio 

El otro novillero llegaba a las plazas por aire, descendía al ruedo en paracaídas, donde lo cambiaba por los trastos de torear, como si cambiara el capote de paseo  por el percal, al término del paseíllo. Carlos Guzmán, militar retirado, se hizo popular el lunes 23 de julio de 1973, cuando las llamas intentaron consumir el edificio de Avianca, en el centro de Bogotá.

Ese día, ‘el torero paracaidista’ como se anunciaba en los carteles, se convirtió en superhéroe. Después de rescatar a una gran cantidad de personas atrapadas en las llamas,  y cuando el humo hacía imposible entrar a las oficinas, tomó la temeraria decisión de hacerlo desde los exteriores del mismo, sostenido por una cuerda anclada en la terraza de la torre.

De ventana en ventana, como si en lugar del de torero tuviera el traje de ‘Spiderman’, logró romper los gruesos vidrios con sus pies, sacar a las personas que ya no esperaban el milagro, y subirlas hasta la terraza con la misma cuerda.

Abajo, en la carrera séptima, cientos de personas observaban la hazaña que luego contarían hasta hacer del ‘torero paracaidista’ casi una leyenda. ¿Quién se iba a privar de verlo en una plaza de toros? Ni la Santamaría de Bogotá se le resistió, plaza en la que había actuado el día anterior, y que no lo vio saltar del paracaídas debido a las condiciones atmosféricas. Se armó tal jaleo que el público pidió la devolución del dinero y el torero fue pitado por los que se quedaron en la plaza. Al día siguiente, su hazaña en el edificio de Avianca sirvió para pasar la página de su presentación. La afición pareció olvidarlo fácilmente, pues llenó el coso del barrio La Macarena cuando Guzmán fue repetido. Nunca antes, Bogotá había ovacionado lo que podría tratarse de un auténtico “quite del perdón”, aunque interpretado a menos de un kilómetro al sur de la plaza.

La Sanjuanera

Solo un pueblo, ubicado a orillas del río Magdalena, y en los límites del departamento del Tolima, se había escapado del escenario de las novilladas: San Juan de Rioseco. Hasta allá llegó Joselillo de Colombia, intentó organizar una corrida de toros, mano a mano con su hermano Manolo, pero el alcalde del pueblo desistió de la propuesta. A lo que no se pudo resistir el burgomaestre, fue a la idea de que Pepe Cáceres y Jorge Herrera fueran quienes rivalizaran en cerrado duelo en las arenas de su pueblo.

San Juan de Rioseco quedó en medio de las otras dos citas que iniciaron la reconquista de Cáceres y Herrera en el Tolima grande. La primera, en Ibagué; la tercera, en Neiva. Pepe Cáceres solo pudo llegar a  la primera.

El 23 de junio fue la cita. Una plaza de madera, instalada en el barrio Jordán de la ciudad de Ibagué, fue el escenario. A la altura del cuarto toro, mientras Jorge Herrera ejecutaba su segunda faena, Pepe Cáceres observaba a la gente enloquecida en los tendidos mientras comenzaba a sufrir las consecuencias de un espasmo coronario que lo sacó del combate desde el primer día. Cáceres, ya con 23 años de alternativa, tuvo que ser trasladado a la clínica Shaio en Bogotá desde donde confirmó que su conquista del Tolima grande quedaba aplazada para el siguiente año porque: “todo en mi vida gira alrededor de mi corazón’’ y debía tomar precauciones.

A la cita de San Juan de Rioseco, 30 de junio, el que llegó fue Leónidas Manrique para sustituir al mejor capote de América. Junto a Herrera, fueron recibidos como si de jefes de estado se tratara. También Jairo Antonio Castro, atractivo del cartel del día siguiente.

El alcalde mandó a la entrada del pueblo a la banda de músicos, para recibir a los toreros con alegría. Las puertas de las casas del pueblo se abrieron para acomodar a las cuadrillas, mientras en las cocinas se preparaban verdaderos manjares como homenaje a los primeros matadores de toros que llegaban a la antigua tierra de los indígenas panches.

Leónidas Manrique, Jorge Herrera, el picador Carlos Borráez, los banderilleros Enrique Martínez, Efraín Olano, Rafael Cruz ‘Metralla’ y los mozos de espadas Rogelio Caballero y Manuel Rodríguez camino a la Sanjuanera de San Juan de Rioseco. 30 de junio de 1979.

Pasado el medio día la banda del pueblo nuevamente fue en busca de los toreros que ya vestidos de luces recorrieron las calles del pueblo para arrastrar a la clientela hasta la Sanjuanera. Minutos más tarde los toros de Mondoñedo respondieron a las expectativas de los aficionados que llenaron la plaza y que vieron cortar tantas orejas como era posible.

A la fiesta que se armó en la noche como homenaje a los toreros no pudieron asistir Jorge Herrera ni los subalternos de su cuadrilla, porque apretujados en un Dodge Dart de color verde y conducido por Jorge Saavedra ‘Monederío’, uno de los choferes de los toreros en aquellos días, tuvieron que emprender rápidamente el  viaje hacía la capital huilense, donde por primera vez se anunciaban corridas de toros a la española.

En Neiva Alberto Ruiz ‘El Bogotano’ fue el sustituto de Pepe Cáceres. Él, Herrera y el rejoneador Luigi Echeverri triunfaron en la primera tarde ante toros de Icuasuco de Raúl Jiménez. El rubio torero de Fusagasugá repitió triunfo al día siguiente al lado del ecuatoriano Edgar Peñaherrera y el venezolano Celestino Correa con quienes trenzó el segundo paseíllo en la tierra del bambuco.

Después de 43 años de aquella primera incursión de matadores de toros por el Tolima grande, de aquellas tres plazas que fueron el punto de partida del plan de Pepe Cáceres y Jorge Herrera, las de Ibagué y Neiva están fuera del circuito taurino. Solo resiste la Sanjuanera que la población de San Juan de Rioseco levantó en cemento, y que en 2022 vuelve a ser el punto de partida, aunque esta vez de un futuro incierto.

Vuelven los toros 

Tras el enchiqueramiento obligatorio por la pandemia de la covid-19, El Espinal sigue siendo de guadua y cabuya, como El Guamo, ambas fieles a la tradición de celebrar sus fiestas con el espectáculo más popular y que alcanzó la mayor cantidad de rincones en el país.

El próximo 3 de julio, estas tres plazas celebrarán corridas de toros. El bogotano Ramsés y el ubatense Manuel Libardo harán el paseíllo en La Sanjuanera, ante toros de Santa Bárbara.

El Guamo retoma sus fiestas con una corrida de toros y novilladas con ganado criollo, como en los años 70. Cristóbal Pardo y Gustavo Zúñiga actuarán ante toros de Juan Bernardo Caicedo.

La Gilberto Charry de El Espinal celebrará dos festejos. José Arcila y David Martínez ante toros de Salento, el domingo 3 de julio, y Gustavo Zúñiga y Moreno Muñoz, el lunes 4, festivo en todo el país. Los toros aún están por reseñar, pues desde que los políticos empezaron a “difundir mentiras mil veces, para disfrazarlas de verdad”, como esa que las corridas de toros ya fueron prohibidas, las cabezas de ganado de lidia se redujeron. Hoy, como cuatro décadas atrás, puede que haya más toreros esperando una embestida, que toros de casta para ofrecerla.

Comparte este contenido