Adiós Fandiño, Adiós Torero…

… No quiero irme nunca!! Me quedaré en el recuerdo, en la mente, en el alma…Donde nunca muero…!

Ya estás ahí, en la gloria, ese lugar sin lugar, en donde, como se lo dijiste al padre de Víctor Barrio, la mayoría de los mortales quieren estar y no pueden. Ya estás ahí, perseguías esa gloria, porque no estabas aquí para ser uno más. Eso ya nos quedó claro.

Han pasado casi dos días y aun no lo creo. Aun te veo en el restaurante de cualquier hotel pidiendo un café con leche en un vaso de vidrio antes de subir en busca de esa habitación donde habita el miedo en los días de corrida. Pegándote una bocanada de humo sin que el apoderado se dé cuenta o buscando algún dulce. Aun veo tu capote tirado en el piso y frente a la boca del burladero mientras te calas la montera; apuras un sorbo de agua y te mojas la espalda esperando a que anuncien tu próximo toro.  Aun te veo Fandiño con la mirada de un león en algún patio de cuadrillas.

Me hubiese querido quedar con esos recuerdos. Hace dos días cogí el teléfono y me estrelló un tuit en el que leí que un toro te había matado en una plaza. Lo apague, no quería saber más, no quería ver imágenes, ni de la tragedia, ni de nada, ya no importaba. Pero luego tuve que volver a prender el aparato y vi, y leí, que eres ese héroe que todo torero quiere ser y que hasta los que te negaron el pan hoy te ponen de  ejemplo.

Nunca nada te fue fácil. Tuviste que dejar la vida en una plaza para que se volviera a hablar de Fandiño. Al final, como siempre, ganaste; ahora ya nadie se va a olvidar de Iván Fandiño.  El que apenas empezar a soñar con ser torero ya tenía su primer reto, luchar con su condición física, luego, salir de casa a buscar un lugar donde pudiera respirar el olor a boñiga y a piel de toro. Buscaste suerte en las capeas y la encontraste, allí estaba Néstor, tu apoderado y hermano a quien le juraste seguir hasta el fin. Se lo cumpliste a pesar de todo y de todos. Habías podido tomar un camino menos duro, una exclusiva, un apoderado influyente, una casa grande, pero tenías esa virtud maravillosa a la que llaman memoria. Y eso que sabías que para triunfar tenías que hacer el doble de esfuerzo porque a las personas libres todo les cuesta dos veces.  Hoy Néstor debe caminar sin alma, sin saber que hacer mañana y pasado mañana, porque llevaba media vida pensando en la tuya.

Los fieles nos quedamos esperando un nuevo rugido del león. Esperaba que llegara Bilbao y que taparas bocas. Me contaba Néstor que estabas cuajando toros, que era cuestión de tener un poco de suerte para que todo tomara de nuevo el cauce. Parecía que hablábamos de un torero que llevaba años sin triunfar y que clamaba una oportunidad. Pero la realidad era que hablábamos de un torero que se asomó a la cima sin pedir permiso y que al primer traspié le cobraron lo de ayer y lo de mañana. Eso de que te estaban esperando lo tenías claro, por eso, no bajabas la guardia, ni perdías un quite…

Nunca te perdonaron que llegaras con aires independientes al toreo y que la afición te hiciera su torero. A ti y a David (Mora) las nuevas generaciones les deberán el haber roto esa dura barrera que representa el ascenso en el escalafón, el haber abierto plazas y carteles a puñetazos. Pero sobre todo a ti, porque ese lugar que abriste fue para ellos. No para el Fandiño que no quiso perder su libertad, y en una profesión que clama esa libertad, ser libre es un pecado, así se haya ganado a sangre y fuego.

No les fue suficiente que en solo cuatro temporadas abrieras tres veces la puerta grande de Pamplona, que cortaras 11 orejas en Madrid, que abrieras la Puerta Grande de Las Ventas, que te ganaras el Manolete de Linares, que salieras a hombros en Valencia, por marzo y en julio.  Que fueras ídolo en Francia. Que triunfaras en Bilbao, una plaza donde el palco te trató tan duramente como casi te trató el sistema. Que, en esos tres años, te llevaras en dos de ellos la Oreja de Oro que distingue al mejor de la temporada. Poco importó que tuvieras el gesto de encerrarte con seis toros en plazas como Madrid, Bilbao o Valencia. Qué pronto olvidaron que una tarde, en Pamplona, te  fuiste a la puerta de chiqueros a esperar un toro y pegarle una gaonera, o que te tiraste a matar sin muleta en Madrid porque ya sabías lo que era perder la puerta grande. A pocos les importó que hubieras visitado un montón de enfermerías o que fueras dueño de la mejor faena en un San Isidro.

Nos dejas, una entrega sin límite, una verónica pura, el poder de una delicada y encajada muleta, la forma despaciosa y segura al buscar las embestidas de los toros, las distancias para esperar las mismas con la muleta y una espada que llegó a ser catalogada de escuela. Ahí está tu carrera y los videos para el que la quiera revisar. Pocas veces un torero ofrece tanto en tan poco tiempo. Bastaron tres temporadas para ganar con rebeldía un lugar que te quitaron en una.

Es verdad que siempre fuiste a tumba abierta, en la plaza y en los despachos. Como aquella tarde que apostaste por seis grises en Madrid. En marzo agotaste el papel y eso empezó a hacer llagas. Pero la apuesta resultó tan gris como los toros y como tu vestido de esa tarde. Fue la oportunidad que esperaba el enemigo. Daba rabia leer las crónicas aquella noche, tanto veneno en tan pocas líneas. Algunos parecían tener la crónica lista y la ilustraron con fotos de otros compañeros tuyos, que, con otros toros, habían salido airosos del gesto. Y eso que solo ocho meses antes habías salido a hombros de esa plaza y habías toreado la corrida de la Beneficencia en la que cortaste la que resultó ser la última oreja en tu plaza de Madrid. Por cierto, que poco te cantaron esa oreja las crónicas de aquella tarde que se empeñaron en poner un grito al cielo porque decidiste no brindarle un toro al Rey. Dos años después, José Tomás, en Jerez, tampoco brindó al Rey y no hay una sola línea al respecto en las crónicas que firmaron los mismos que te quisieron crucificar aquella tarde de Madrid.

Tu pecado era querer mandar. ¿Es malo querer mandar? No es eso lo que clama el toreo y las crónicas. Debe ser que eso no está al alcance de los hombres libres. No lo está, y tú y Néstor se equivocaron al pensar que el toreo podría volver a ser ese del que nos hablan los libros, las revistas, los toreros y los aficionados de los años 60 y 70. Un toreo que era una guerra planeada en los despachos y que se empezaba a ejecutar en el mismo patio de cuadrillas. Tú y Néstor se equivocaron de tiempo.

Tras el gesto de Madrid todo cambio, llevabas la derrota en el pecho y luchabas tarde tras tarde por sacarla de ahí. Tu suerte se alejó de las papeletas en los sorteos de las tardes claves y se te veía ajeno. Estabas sin estar.  Volviste a los lugares donde todo empezó. No importaba, lo que necesitabas era torear para encontrar ese sitio que ahora buscabas con las armas que te dictaba el alma. Poner un poco de seda al león sin que este dejara de rugir. Aún recuerdo como hace unos pocos meses, y con la ilusión de un novillero me mostrabas un video en el que cuajabas una vaca de la forma que buscabas, y guiñabas el ojo como solías hacerlo mientras decías, “poquito a poco, ya verás”. No hubo tiempo.

La temporada pasada, en Bilbao, pude comprobar lo que tanto buscabas en medio del olvido y sin desesperarte. La faena a Lagunero, el toro de Jandilla, fue quizás la mejor de tu vida. De nuevo se prendieron las alarmas. Fue, una faena sin tirones, casi de caricias, casi sin toques, sin dejarte de cruzar, sin dejar de clavar las zapatillas, sin dejar de coger la muleta por el centro del estaquillador y pasándote el toro cerca; sin dejar la pureza. Me contaba Néstor que esta temporada, en lugares alejados, estabas encontrando lo que querías, que estabas toreando mejor que nunca, pero que algunos se empeñaban en decir que estabas toreando peor que siempre.

El puto destino no te dio revancha, o mejor, no te dio tiempo, se te cruzó un toro que no era tuyo, un quite y estaba escrito, era, el momento de tu gloria y de morir libre.  Se te escapó la vida amigo.

 

Adiós Fandiño, Adiós Torero.

 

Diego Caballero

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