Dolor y populismo: las dos caras de la tragedia en la Gilberto Charry
Las lágrimas, el dolor y la compasión no se escapan a la polarización con que la política ha dividido en dos a Colombia. Se llora y se ríe según el color político, o por el caudillo de turno. El duelo también se divide en el único país del mundo bañado por dos océanos, quizás, también el único, donde los muertos se dividen entre buenos y malos.
Por Diego Caballero D.
La tragedia de El Espinal el pasado domingo 26 de junio, segundo día de las fiestas de San Juan y San Pedro, que este año cumplían su edición 141 (el 29 de junio de 1881 se celebró el primer San Pedro en la capital arrocera), luego de que la monumental Gilberto Charry, levantada en guadua, se desplomara como un castillo de naipes, como nunca antes había caído. El saldo de 7 muertos y 323 personas afectadas, 19 de ellas hospitalizadas según fuentes oficiales (hasta el miércoles 29 de junio), ha demostrado lo más ruin de algunos seres humanos, al alegrarse por la desgracia ajena.
Estos ‘seres superiores’, muchos escondidos detrás de un teclado, han demostrado la contaminación que cargan en el alma al solo sentir compasión por el animal que estaba en el ruedo del encierro (tradición tolimense parecida a las corralejas de la costa Caribe), a la vez que se alegraban por los muertos y los heridos que quedaron debajo de los palcos caídos.
Olvidan estos ‘seres superiores’ que, si no fuera por las fiestas con un toro, ese toro por el que hoy sienten compasión, ya hubiera muerto por lo menos dos años antes como parte de la cadena alimenticia.
Olvidan, también, que las personas que asisten a los encierros lo hacen guiadas por su tradición y un sentimiento que han mantenido vivo de generación en generación.
Un arraigo cultural que según el periodista sucreño José Arriaga Ramiro de la Espriella, tiene sus inicios en Sincelejo (Sucre) en el año 1845 cuando en honor al patrono del pueblo, San Francisco de Asís, se celebraron las primeras corralejas en la plazoleta de San Francisco, lugar en el que se ofrecieron durante 85 años para luego pasar a armar los palcos y las garitas en la plazoleta Majagual.
Y así como El Espinal, que armó su primera plazoleta el 9 de junio de 1881 frente a la Catedral del pueblo ubicada en la esquina de Cuatro vientos, o Sincelejo, muchos pueblos repartidos en los departamentos del Tolima, Cauca, Sucre, Córdoba y Bolívar, las celebran. Al contrario de las grandes ciudades, no pierden su identidad y non pretenden ser lo que no son. Son poblaciones con arraigos propios, que pertenecen a esa ‘Colombia profunda’ de la que se apropian, de palabra, los políticos y sus seguidores en tiempos electorales, pero a las que luego pretenden quitarles hasta sus costumbres porque no son bien vistas por los que viven en el asfalto de ciudades que ya hace mucho tiempo perdieron su identidad.
El afán prohibicionista a todo lo que huele a toro llevó a los antitaurino, incluido al presidente electo Gustavo Petro (en su cuenta de Twitter), a sugerir a los alcaldes la cancelación de los espectáculos taurinos, olvidándose de las víctimas. Mientras el presidente en funciones, Iván Duque y en un acto coherente a las circunstancias mostró solidaridad con las víctimas y pidió investigar los hechos. A Petro, su afán de coartarle la libertad a los taurinos, ligados indirectamente a las corralejas, le llevó a olvidarse de la vida y del dolor de sus compatriotas alcanzados por la tragedia ocurrida en El Espinal. Borró el trino y lo cambió por uno en el que dijo lo mismo, solo que incluyó la palabra “personas”, pero sin perder populismo y sin brindar ningún apoyo y solidaridad a sus compatriotas.
Pretender prohibir los festejos populares por lo ocurrido en El Espinal es aprovecharse de una tragedia. Pero se prohibiría el fútbol si vuelve a ocurrir una catástrofe en un estadio, similar a las ya ocurridas en Ibagué (estadio Murillo Toro) en 1981; Cali (Pascual Guerrero) en 1982; Bogotá (El Campín) en 1998 y que dejaron un saldo de 43 muertos e innumerables heridos. O se dejaría de organizar el Festival Rock al Parque en Bogotá por hechos como los ocurridos en el año 2007 y que dejaron como consecuencia varios heridos, entre ellos varios integrantes de la policía, y a uno de los asistentes, de extrema gravedad hasta el punto de perder un ojo, a parte de los daños a las instalaciones de El Parque Simón Bolívar. Seguramente no.
Lejos quedó esa Colombia que, sin redes sociales con las que pretenden vendernos ‘un mundo mejor’, se unía en torno a las tragedias sin mirar la identidad o los gustos de las víctimas. Como la ocurrida el domingo 20 de enero de 1980 cuando otra plaza artesanal de corraleja, en Sincelejo, se desplomó.
Ahora alegrarse de la muerte de los que preservan sus costumbres parece ser lo correcto. ¿Es esta una mejor sociedad que la de hace 42 años? Que lo respondan los políticos a los que les gusta más la palabra prohibir que corregir.