El hito de Palomo: 50 años del rabo que partió en dos el criterio de Las Ventas

Palomo Linares cruzó el ruedo de Las Ventas de Madrid en medio de algunos pitos que lo despedían tras una desafortunada tarde. Quien fuera aprendiz de zapatero, respondió con un gesto desafiante: con la mirada en alto. Los 18.600 espectadores reaccionaron, y soplaron con más fuerza, intentando traducir su ira en bronca. Fue tarde. El torero tenía a tiro el túnel de cuadrillas y logró escapar de la reprensión. Fue un jueves 18 de mayo de 1972, al terminar la octava corrida de la feria de San Isidro.

Por Diego Caballero D.

Ríos de tinta desbordaron los críticos taurinos al día siguiente en los periódicos madrileños. Criticas no solo a la “actitud altanera” del torero de Linares, también por haberse anunciado, en su condición de figura del escalafón, con una corrida de Manuel Francisco Garzón, un hierro precedido por la escasez de bravura en sus toros. Un encierro que antes de salir a la plaza ya había sido señalado por los aficionados como pobre de leña y de desiguales hechuras desde que llegó a la Venta del Batán.

El desacierto no fue solo de Palomo y de sus apoderados, los hermanos Lozano, pues también se anunciaron esa tarde el mexicano Eloy Cavazos, que regresaba a Las Ventas con vitola de figura tras su salida a hombros el año anterior, y que era representado en España por Pepe Dominguín. José María Manzanares, apoderado por el empresario José Barceló, confirmó su alternativa esa tarde.

La culpa de la ‘mansada’ que llegó de Salamanca la cargó Palomo Linares, que además hizo poco por escapar del tedio de la tarde, y que cuando buscó el perdón con un quite al último toro, un sobrero de Montalvo al que Manzanares le cortó una oreja, el público dividió sus opiniones.

Hasta lo llamaron banderillero por su vestido de torear, de color negro y bordado en plata. Y es que Madrid ya tenía como costumbre machacar a los toreros que, como Palomo, osaron de no pasar como novilleros por su plaza.

Ese año, 1972, la feria de San Isidro llegó a su edición número 26 y ya por entonces era la más importante de las celebradas en España, así como la más joven. En ella, los toreros, la mayoría, se estrellaron con un público tosco, hostil, violento y enrarecido, que asistía a la plaza como si fuera un circo romano, dispuesto a protestar con o sin razón, como quedó anotado en varias de las reseñas de aquella feria.

El descontento se hizo sentir desde el momento en que los carteles salieron a las calles sin los nombres de Antonio Ordóñez, ‘El Cordobés’ y ‘El Viti’, que habían decidido descansar. Ante esas importantes ausencias Diego Puerta, según la empresa de José María Jardón, quiso sacar provecho y subió sus pretensiones económicas hasta hacerlas imposibles.

Tampoco se anunciaron los toreros de la casa Camará: ‘Paquirri’, Miguel Márquez y Dámaso González, pues Pepe y Manolo, los hijos del mítico José, habían decidido que sus poderdantes se contrataban en un mismo paquete, según las declaraciones que Juan Martínez, representante de la empresa, dio a la prensa.

Las entradas no se agotaron en ninguna de las dieciocho tardes programadas, a las que asistió un público casi siempre dispuesto a la censura. Ante los pitos que hicieron sonar los asistentes a Las Ventas ese San Isidro, sucumbieron Antonio Bienvenida, Andrés Vásquez, Miguel Mateo ‘Miguelín’, José Luis Galloso, Andrés Hernando, Ángel Teruel, Jaime Ostos.

Tampoco se escapó Curro Romero y eso que estuvo a un paso del triunfo, pero su espada, ante sus dos bien armados toros de Samuel Flores, se hizo eterna. Desde una fila alta de los graderíos de sombra Conchita Márquez Piquer, por entonces su mujer, observaba y escuchaba los juicios hacia su ‘Curro’, siete años antes de que ella le lanzara los suyos.

Si a Romero le falló la espada, con ella habían asegurado una oreja Paco Camino, Julián García y el mexicano Curro Rivera, trofeos de poco peso, pero suficientes para lograr escapar de los pitos.

Mejor redito había logrado el confirmante Raúl Aranda, anunciado a última hora, que no solo cortó la primera oreja de la feria, también la segunda que le abrió la puerta grande el 15 de mayo, día del santo patrón en el que se lidiaron los toros de Francisco Galache a los que las figuras ya no querían ver.

Pero ni la puerta grande alcanzada por Aranda, ni las orejas logradas por los otros tres toreros mencionados lograban detener la ola de resistencia hacia la feria que se vivía en los tendidos.

Una corrida mal presentada del Duque de Pinohermoso, el sábado 20 de mayo, hizo que Ruiz Miguel y Juan José llegaran a torear en medio de las almohadillas, antes de ser despedidos bajo una bronca monumental por los pocos asistentes que quedaban en la plaza, pues a la altura del quinto toro muchos habían abandonado los tendidos mientras gritaban ¡vámonos! ¡vámonos!

Ante los hechos, algunos cronistas alertaron sobre un posible desorden de graves consecuencias en los tendidos y llamaron a la calma, no sin criticar la actitud del público de Las Ventas hacia los toreros, ellos que por aquellos años afilaban sus plumas indiscriminadamente hacia los diestros que no encajaban en sus gustos y presupuestos.

Era indudable que el criterio del público de Madrid, más dado a los triunfos de los toreros en la década anterior, estaba cambiando. Lejos parecía la tarde de dos años atrás en la que ‘El Cordobés’ cortó ocho orejas en dos tardes.

Con este ambiente hostil llegó Palomo Linares a su segunda cita con Las Ventas, el lunes 22 de mayo, cuatro días después de su primera comparecencia.

Llovió toda la mañana y se temió la suspensión de la corrida. Hacia las cuatro de la tarde asomó el sol, pero las nubes grises se resistieron a irse, por lo que la llegada de la clientela se retrasó. El festejo, sin embargo, inició puntual, a las seis de la tarde. Aún con los areneros tapando charcos, se asomaron al ruedo Andrés Vásquez, vestido de blanco y oro; Palomo Linares, de blanco y plata; y Curro Rivera, de azul celeste. En los corrales una corrida de desigual presentación, pero con kilos de Atanasio Fernández.

Andrés Vásquez abrió la corrida cortando la primera oreja tras una pundonorosa y prolongada faena a la que, extrañamente, dicen las crónicas, los tendidos resistieron.

Palomo Linares subió la temperatura de la tarde, y tras una serie de naturales, epílogo de su primera faena, rematados con un pase de pecho, dos de trinchera y una estocada efectiva, cortó las dos orejas del toro Clavijero, sin que faltaran algunas protestas de los que aplaudieron al toro en el arrastre.

El mexicano Curro Rivera puso a todos de acuerdo al ejecutar cinco ‘circurret’, una suerte de su invención, circulares rematados por alto y con las zapatillas clavadas en la arena. En los tendidos se olvidaron de las protestas que reclamaron una segunda vara para el toro y que lo recriminaron cuando dobló sus manos al inicio de la faena. Mató bien y reclamó dos orejas que se sumaron al sorprendente marcador de la primera parte de aquella corrida.

Don Antonio Pangua que presidió la corrida y su asesor Antonio Posada ya eran presos de la emotividad colectiva. Las Ventas regresaba a los triunfales y recién acabados años sesenta.

Salió Granero, el toro más serio de la tarde. No permitió que Andrés Vásquez se parara con su capote. No hubo quites, pero sí mucha desconfianza en el torero de Villalpando. La bronca no se hizo esperar.

Todo en orden, aunque los de la naciente andanada del ocho, encargada de poner orden a la desbordada pasión, esta vez aplaudieron al torero. Un interrogante a este hecho quedó plasmado en alguna crónica al siguiente día.

No había cesado la bronca cuando se asomó por la puerta de chiqueros Cigarrón, negro meano, marcado con el número 21 y con 566 kilos. El toro que le dio a Palomo Linares un lugar en la historia de la primera plaza del mundo.

Las crónicas describieron un buen toreo a la verónica, y un brindis al público para volver a levantar los ánimos y opacar a los reventadores; una faena de toreo en redondo con la figura reposada, y también de rodillas en tierra, que al parecer fueron cima de su trasteo.

Al menos así lo reseñó José Luis Suárez-Guanes en su libro Madrid-Cátedra del toreo: “Palomo torea de rodillas de una forma portentosa. Son redondos ligados, templados, sin solución de continuidad, ganando terreno a cada pase para desembocar, de dentro afuera, en terrenos más centrales. De ese modo, de rodillas, solo he visto torear a ‘Parrita’. La plaza es un desiderátum. Ya de pie, trastea sobre ambas manos con un reposo nada común en su normal quehacer”.

Pero todo esto no hubiera desencadenado en la locura que fue, si Palomo no se tira a matar como lo hizo. “Se perfiló en corto, citó a recibir, pero Cigarrón no fue al encuentro; entonces Sebastián se tiró a matar o a dejarse coger y del encuentro en que dejó media estocada salió prendido por el muslo y levantado en el aire mientras él no abandonaba su ardida empresa”, se lee en la edición de la revista El Ruedo.

El toro dobló y el público, dispuesto a romper protocolos, pidió el rabo. Don Antonio Pangua lo concedió, y terminó costándole su puesto por ‘profanar’ la catedral del toreo.

Aún sin imaginar que sería su última vez en el palco donde se imparte justicia en Las Ventas, le concedió otras dos orejas a Curro Rivera del toro que cerró la tarde, y eso que el mexicano pinchó antes de agarrar la estocada definitiva.

¿Estaríamos hablando del segundo rabo de la tarde? Las crónicas calificaron la faena del primer torero mexicano en superar las mil corridas, 40 orejas y 6 rabos en la Plaza México, como la mejor de las vistas esa tarde del 22 de mayo de 1972 en Madrid.

Rivera y Palomo se marcharon a hombros por la puerta grande de Las Ventas y pocos minutos después, las nubes no se pudieron contener más y se volvieron a romper.

Al día siguiente muchos cronistas, entre ellos los de la revista El Ruedo, referente de aquellos años, dieron parte de tranquilidad al ver tanta alegría en los tendidos, pues para ellos, Madrid debería ser como otras plazas en la que otorgar un rabo era algo frecuente.

Otros, por el contrario, se rasgaron las vestiduras y enfilaron sus plumas para censurar la tarde y sus protagonistas. Como Antonio Díaz-Cañabate que tituló la tarde en el diario ABC: “Las orejas y las rosquillas del santo”, aludiendo claramente el triunfalismo de los tendidos. La prensa, dividida, también tuvo protagonismo en esa discutida feria.

Esa tarde y la del día siguiente, 23 de mayo, en la que Paco Camino cortó tres orejas a un encierro de Manuel Arranz y en la que le pidieron un rabo, fueron un oasis en ese San Isidro de 1972, pues al día siguiente de la salida a hombros del sabio de Camas, el 24 de mayo, los aficionados y sus ánimos se volvieron a encender, esta vez en contra de uno de sus ídolos de la década anterior: Antonio Bienvenida al que enjuiciaron con auténticas broncas tras sus faenas. El torero, nacido por circunstancias de la vida en Caracas (Venezuela), tuvo que salir de la plaza por el callejón, para no aguantar una nueva bronca de haberlo hecho por el ruedo.

La corrida del rabo y las nueve orejas a los toros de Atanasio Fernández pasó a la historia de la monumental madrileña como una marca sin precedentes y que difícilmente se repetirá. Pero más allá de los números, esa tarde y esa feria marcaron un antes y un después en Las Ventas de Madrid.

Por un lado, se empezaron a ver los resultados de la implementación del guarismo -impuesto cuatro años atrás- que marcó a las reses en los herraderos para garantizar la edad de las reses lidiadas, y que comenzó a condicionar su presencia en la plaza, alejando de ella ganaderías de caja pequeña que eran verdaderos tesoros de la genética del toro bravo.

Por otro lado, aficionados contestatarios que, aunque a veces rayaran en la intransigencia, y que unidos a los buenos aficionados de la andanada del ocho que esa década le hizo la guerra al fraude, se encargaron de defender la integridad del nuevo toro y le dieron un tono exigente a la personalidad de la plaza, que se empezó a fraguar ese año y que tomó su forma definitiva tres años después, en el San Isidro de 1975, aunque a veces el apasionamiento la lleva de vuelta a los años sesenta.

Ya han pasado 50 años de aquella feria y de la tarde de Palomo, y muy pocos recuerdan las polémicas de todo un hito en la historia de la tauromaquia. En la memoria histórica de Las Ventas de Madrid quedó la faena del rabo a Palomo, como la de ‘Manolete’ al toro Ratón de Pinto Barreiros en la Corrida de la Prensa de 1944 o la de ‘Antoñete’ al toro ‘blanco’ de Osborne en la feria de 1966.

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