La tarde de Mondoñedo en Puente Piedra: sustos, emociones y Rosquetero

Juan de Castilla se encontró con un difícil compromiso a penas salir el primer toro y tras ser lesionado Luis Bolívar. Se quedó solo con los seis toros de Mondoñedo corridos en la plaza de Puente Piedra en un festejo en el que se le rindió homenaje a la ganadería fundacional de Colombia. No hubo orejas en la larga tarde.

Por Digo Caballero D.

Foto: William Cortés

La tarde de los toros de la ganadería Mondoñedo, la del homenaje a sus 100 años de fundada, tuvo como escenario la plaza de toros Marruecos en Puente Piedra, alejada por más de 30 kilómetros de La Santamaría, la plaza de don Ignacio que era la más indicada para celebrar con un ¡Viva Mondoñedo! Y al parecer, los que fueron ayer a Puente Piedra así lo entendieron, o lo olvidaron, y la expresión, esperamos, se quedó para cuando se pueda volver a la plaza bogotana.

Como es norma en esta dehesa, seis bien presentados toros, acordes a la plaza, llegaron al ruedo de Puente Piedra. Y para homenajes, el mejor lo brindó uno de ellos, ‘Rosquetero’, homónimo de otro que tiene un lugar propio en la historia de la ganadería. El que le dio la bienvenida a Manolete a La Santamaría, en 1946, y al que ‘El Monstruo’ le cortó hasta una pata. Debió ser emocionante esa faena, como emocionante resultaría el juego de un nuevo ‘Rosquetero’ 76 años después.

El toro, apenas salir de los chiqueros, pasó revista en cuatro de los cinco burladeros de la plaza. Y antes de que los toreros de plata, o de azabache, salieran de los burladeros a mostrar sus capotes a punto estuvieron de perder sus monteras entre los pitones que buscaron con ímpetu lo que se escondía detrás de las tablas. “Es un Mondoñedo”, dijo, en el tendido, una voz en tono bajo, pero emocionada.

Con la misma vehemencia, el toro, se fue en busca de la primera tela que lo llamó, la del capote de Luis Bolívar que voló, a una mano, en un afarolado. ‘Rosquetero’ se revolvió pronto en busca de la tela que lo había llamado, y la encontró todavía volando sobre el vestido, verde botella, del torero que se vio sin salida entre las tablas y sus pitones.

Los 544 kilos del toro estamparon al torero contra la madera. Y ahí, atrapado entre dos pitones, se vio Bolívar antes de que uno de ellos, el izquierdo, lo enganchara por debajo de su brazo y lo elevara casi a la altura del filo de las tablas para luego mandarlo de nuevo a la tierra. Y en medio del zarandeo, su rodilla derecha se estrelló contra el estribo de cemento. A muchos se le vino a la memoria el maestro Pepe Cáceres.

Como pudo, Bolívar se reincorporó y se metió en el burladero que tenía a pocos pasos, los únicos que pudo dar porque seguidamente se marchó, elevado por seis brazos que buscaron presurosamente el camino a la ambulancia.

Mientras en los tendidos se especulaba si Bolívar llevaba una cornada, Juan de Castilla se hizo con el toro y con cuatro verónicas, y una media llamó al picador. Dos varas, de distinta intensidad le recetó al toro Clovis Velásquez, como se lo había indicado Juan.

Sin que el presidente despidiera al picador, éste permaneció hermético con su caballo en el tercio. Y mientras el toro seguía buscando cazar monteras en un burladero, Juan de Castilla, también sin moverse, y casi desde los medios de  la plaza le daba la espalda al portón de cuadrillas de donde se esperaban noticias. Y llegó la que se presentía: Bolívar no saldría más al ruedo y el mano a mano se quedaba desde el primer minuto, o lance, en un solo de Juan de Castilla.

Sin tiempo para digerir el nuevo planteamiento y antes de verle la cara nuevamente a ‘Rosquetero’, Juan de Castilla dejó su montera en el portón de cuadrillas como homenaje al compañero caído. Y luego, ahora sí, se fue con su muleta en busca del toro y de una batalla que prometía. La de un torero bravo y un toro encastado.

Al toro le faltó entrega en su pitón derecho. Algo mejor por su  otro pitón por el que embistió con emoción. Castilla se puso firme para mover su muleta con profundidad. Tres tandas de naturales, la última ya sin música, pusieron, a la primera de cambio, todo muy arriba. Pero se quedaron sin premio porque la espada de Juan marcó desde ese momento, la que iba a ser la cruz de su tarde.

Y entre pinchazo y pinchazo, a los tendidos llegaba la noticia de la gravedad de la lesión de Luis Bolívar en su rodilla. Se descartaba la cornada. Y entre el desconcierto, a los aficionados se les olvidó que un toro los había emocionado hasta hacerlos parar de las gradas, y los despojos de ‘Rosquetero’ se marcharon entre la indiferencia de muchos.

Ese fue el primer capítulo de los seis de la tarde. Los demás fueron un querer y casi siempre poder. Labores salpicadas de buenos muletazos a entregadas embestidas que por momentos ilusionaron a los aficionados que nunca perdieron la fe. Pero las tandas, con la derecha o la izquierda, no tuvieron continuidad porque los toros no siempre la ofrecieron a pesar de las cualidades que algunos mostraron por momentos. Como el tercer toro, de nombre ‘Gitanito’, al que Juan supo esperar y jalar para mostrar como el animal humillaba siguiendo la muleta hasta el final. Esta vez la espada entró al primer intento, pero no fue efectiva. Hubo una ligera petición de trofeo.

Se aplaudió al torero cuando buscó la barrera, como minutos antes se hizo con ‘Garrido’, ese hombre de azabache al que pocos conocen por su nombre de pila, Carlos Rodríguez, y que había logrado clavar un gran par de banderillas haciendo lo que estaban proponiendo los ‘Mondoñedos’ en ese tercio, jugarse la vida. La ovación supo a poco. Otro torero, también vestido de azabache, a punto estuvo de probar la tragedia en el segundo capítulo de la tarde. Tras dejar un buen par, Ricardo Santana se vio alcanzado por los pitones del toro que, primero lo tiraron a la arena y después lo quisieron atrincherar contra las tablas. Santana se salvó, por primera vez, porque el toro clavó sus pitones en la arena dando una vuelta canela y perdió su objetivo. Y se salvó, otra vez, al no terminar aplastado por los 525 kilos del toro que, tras la vuelta canela, cayó a centímetros de su cuerpo. Toro y torero, caídos sobre la arena, se vieron las caras y espantado se repuso rápidamente Santana antes de que ‘Gitanito’ lo hiciera.

En el cuarto capítulo la emoción más sonora se la llevaron los ganaderos cuando salieron al ruedo a recibir el brindis de Juan de Castilla. ‘Muñeco’, que así se llamaba el toro, se fue a tablas rápidamente empañando la cortesía. Juan también se fue apresuradamente en busca de su espada. Le quedaban dos toros, dos ‘Mondoñedos’ y no había tiempo para sacar agua de un pozo que él intuyó con poca agua. La otra emoción había llegado a través de los palos clavados por José Calvo.

Pandereta, el quinto no fue el bueno de la tarde y para más inri, a Juan se le fue vivo.

Tras escuchar el desolador sonido de tres avisos, atrincherado en un burladero y dejando caer sus pensamientos sobre una toalla blanca que envolvía uno de sus brazos, el torero padecía su tarde. Quedaba un toro y así se lo dieron a entender los gritos que, desde los tendidos, lo animaban a no desfallecer.

‘Bilbaíno’ fue el último toro en salir por la puerta de chiqueros. A esa altura de la tarde y con la plaza ya como único foco de luz en medio de un desolado campo, al que el prohibicionismo tiene arrinconada a la afición bogotana, la presencia del toro, como los anteriores, no dejaba indiferente a nadie. Partió plaza y rápidamente Juan de Castilla se fue en busca de él; primero con una  rodilla en tierra y luego erguido, para que sus verónicas pusieran otra vez todo arriba.

Y otra vez Garrido, y otra vez Calvo con los palos. La emoción se apoderó nuevamente de la plaza y más cuando toreramente ‘Garrido’ le hizo el quite, ya con su capote, a José Calvo que ya se veía perdido entre los pitones del toro al salir de su par de banderillas.

Brindis al público desde los medios. Y desde ahí mismo llamó Juan de Castilla al toro que sin hacerse rogar acudió fiero a la muleta. Cuatro derechazos largos y uno de pecho. La plaza echaba humo y los murmullos presagiaban algo grande. Juan había puesto en práctica la vieja enseñanza del maestro ‘Antoñete’, la que habla de las distancias y a la que Juan poco había acudido en su encerrona improvisada. Pero luego, con distancia o sin ella, el toro dijo no.

La vuelta al ruedo que Juan de Castilla dio al finalizar la tarde, sin que apenas pudiera dejar escapar un esbozo de su sonrisa, fue el premio a su esfuerzo por parte de un público que siempre lo arropó. Roto, se marchó envuelto en su vestido blanco que poco habló de sus seis batallas ante los siempre difíciles e interesantes toros de Mondoñedo. Los seis toros, en mayor o menor medida, pusieron emoción a la tarde y en busca de ella habían ido los que casi llenan la plaza. Por eso, la mayoría, se marchó feliz tras más de dos horas de una tarde en la que el pañuelo blanco nunca asomó.

Y al analizar la tarde, una pregunta fue recurrente, ¿cómo hubiera sido la tarde si Bolívar no la hubiera tenido que abandonar?

Ficha

Puente Piedra. Sábado 25 de marzo 2023.

Casi lleno en los tendidos.

Toros de Mondoñedo.

Luis Bolívar: Cogido en su primero

Juan de Castilla: Palmas, palmas, leve petición, silencio, tres avisos y vuelta al ruedo

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