Del dolor y del misterio
Madrid – Apuntes de Víctor Diusabá Rojas sobre la primera novillada de la feria de San Isidro.
Foto: Plaza 1
Ahora que veo los primeros planos de la cogida que sufrió el novillero mexicano Arturo Gilio, recuerdo tres cosas: Una, jamás la reportería gráfica en acción dejará de ser como el toreo: un rapto, ya sea de oportunidad o de inspiración. Dos, por más que se quiera, el dolor en los toros siempre termina siendo ajeno y pasajero, porque cuando aquel se marcha, de inmediato el miedo – el miedo de otros- ocupa su lugar. Y tres, los partes médicos que salen de las enfermerías deberían terminar en punto seguido. Nunca, o muy poco, volvemos a saber de los heridos hasta no verlos de nuevo regresar, sin preguntarles siquiera cuánta incapacidad se están saltando con tal de volver.
Volver, ojalá a triunfar como lo merece Gilio, amo del capote en algún momento de una tarde aburrida. Volver, como Carlos Domínguez, quizás para entender que no solo de pegar pases viven los toreros. O volver, como Guillermo García Pulido, para que él mismo nos saque de la duda sobre si allá dentro en eso tan frío que algunos llaman “concepto” hay algo más importante, ¿acaso, un misterio? Me pareció que sí. ¿Los Maños? Más sí que no. Primero, segundo, cuarto y quinto se movieron. Con alguno de expresa bravura en el caballo. Poco dejaron en cambio tercero y sexto, lo que habla aún mejor de García Pulido. Y de la gente, que vino en cantidad para pasar calor, bostezos y un susto hecho de eso, de dolor ajeno.