La gracia de Dios

Madrid – Apuntes de Víctor Diusabá Rojas del octavo festejo de la Feria de San Isidro.

Ginés Marín camina por el callejón rumbo a la enfermería. Le siguen los hombres de su cuadrilla. Todos lo hacen con la majestad del paseíllo. Sin prisa pero sin pausa. Ginés lleva abierta en canal la pierna derecha. La sangre que escurre deja huellas vivas de la cornada en su taleguilla, ahora azul y carmesí. Casi a punto de llegar a ponerse en manos de los médicos, un hombre se asoma en el camino del torero. Lo hace con tal exactitud que no interrumpe su marcha pero a la distancia justa que busca. Entonces, se inclina para darle un beso en la mejilla, mientras en la mano derecha puesta atrás de su cuerpo sostiene el castoreño. Es, literalmente, quitarse el sombrero ante alguien. Solo que ese alguien es Ginés, el torero, su hijo, y Guillermo Marín es el padre y el picador. Entonces, entre el valor del uno, el amor infinito del otro, el toro que se va con el tiro de arrastre, la gente que saluda con palmas y el pasodoble ‘La gracia de Dios’ que cae de los altos donde para la banda, siento que no puede haber ahora mismo más grandeza en lugar alguno que no sea este en esta plaza. En esta plaza de toros y de toreros.

Foto: Plaza 1 (Alfredo Arevalo)

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