Faena excelsa de Morante en Sevilla

Septiembre fue abril, primavera volcánica de Morante de la Puebla. Que dejó otra obra para la historia, no otra más, sino una faena inverosímil que ahonda en su leyenda. El fuego de su nombre herró la tarde que tuvo en él principio y fin.

Con información de EFE, tomada de internet

Bajo un calor de fragua Morante fundió una gavilla de verónicas como si volcase en cada lance un caldero de bronces. A esa velocidad licuada. Primero fue uno por el izquierdo con el toro pasando del tiempo detenido, luego otro por el derecho del mismo modo. Y a partir del tercero brotó la trenza ligada de esculturas, el empaque en todas ellas, el compás lento, el mentón hundido. Para cuando alcanzó la boca de riego ya había en la Maestranza un incendio. Allí desembocó una media verónica a pies juntos como el río de todo aquello. Sólo eran las 18.08.

El toro, muy cornalón, se había dado con temple amable del poder medido, sin acabar ninguna de las veces, ninguno de los lances, con la humillación abajo sujeta. Así fue luego también, incrementando el punteo final. Pero viajó lo suficiente para que MdlP desenredase una madeja de verónicas excelsas, partidas en un grupo de dos, en otro de tres y un par de medias de categoría especial. De superior luminosidad la última. Tan enfrontilada, purísima de sevillanías. Alguien debió aconsejarle a Juan Ortega que no replicase el quite, ni por el mismo palo ni por las condiciones del toro. Únicamente esbozó un atisbo de verónica entre una guiñá y un enganchón.

A Morante le faltó enemigo, que planteaba una ecuación de difícil resolución: por abajo no podía exigirle por su contado poder y a su altura le enganchaba con su calambre, ese bisbiseo de incómodos tornillazos. Transcurrió la faena por el carril de una belleza leve, ligera sobre la mano derecha. El dibujo de lo caro siempre presente hasta que se fue desdibujando con el fondo exiguo del toro.

Y a las 19.16 Morante de la Puebla ahondó en su leyenda, hundiéndose con todo el peso y el poso del mundo, enterradas las zapatillas en la tierra. Cuando estremeció la plaza con aquellos ayudados de principio de faena, una cadena de asombros, un terremoto a dos manos, todavía nadie creía en el toro de Matilla. Y entonces el genio, después de trazar un derechazo con duración de circular, lo cambió de terrenos y casi bajo el sol estalló el volcán. Al toro, tan bien hecho, le costaba repetir pero contaba con una humillación monumental. Y se afianzó después de su salida descoordinada y de algunos extraños.Digamos, en definitiva, que el toro fue un empeño, una apuesta, un invento de Morante. Que ofreció su pecho y sus femorales, atalonó el toreo y hundió Sevilla con él, pisando el sitio donde el oxígeno no existe.

Morante ligaba cosas inverosímiles. Un natural extraído de las entrañas y la muleta puesta en la cara, sin ruta de escape. Como si fuera la recreación histórica de Ojeda y Dédalo que crujió los cimientos de los 80. MdlP a pies juntos ponía la gente en pie, incrédula y fascinada por el rito de lo inmortal. Un cambio de mano, el pase de las flores, un molinete invertido como fogonazos entre el toreo fundamental absoluto, esférico, embrocado con su cintura hasta lo imposible. Esa derecha que es la mano de Dios, el empaque de Ordóñez con el otro brazo planeando. Una gota de sudor caía a plomo por su frente como si fuera el riego de la vena del genio. No había reloj siquiera para detenerlo.

Morante se había vaciado por completo cuando pinchó, cuando sonó el aviso, cuando ya daba todo lo mismo. La intensidad inmarcesible de la obra desbordaba todos los catálogos de premios. Cayó una que alegró al torero que merecía el toro entero. Otra faena histórica. Al Rey de los toreros le sobran ya las Puertas del Príncipe. A las 19.26 se había acabado la corrida.

Antes o entretanto a Tomás Rufo le funcionó la cabeza con esa precocidad deslumbrante que atesora. Al tercero, la perfección de líneas, le habían tentado mucho los adentros, apretando a Fernando Sánchez en dos pares soberbios. Rufo planteó tres claves para que la embestida de notable estilo se viniese arriba y durase su contado fondo -ese desfondamiento que hundió la corrida de Matilla- más de lo esperado: la distancia, los tiempos entre series y la exactitud de las mismas. Fueron tres, quizá cuatro, diestras, encajadas, ligadas y preñadas de largos muletazos. Cuando presentó la izquierda, la banda de música cortó en seco. El presentido camino del premio se fue por un acantilado: el toro ya se había rajado y los naturales bien cursados murieron huérfanos de embestida. Como la faena, a últimas apurada demasiado.

José Antonio Carretero bregó sus dos toros en la tarde de su despedida. Se va el mejor capote de plata en décadas, esa forma de torear asentadas las plantas que ya no se ve. A él le brindó TR el sexto toro. Que no valió nada. Como el lote de Juan Ortega. Sólo que JO se pone donde, además, es difícil que embistan.

Ficha

Plaza de la Maestranza. Viernes, 23 de septiembre de 2022. Primera de feria. Tres cuartos largos de entrada. Toros de García Jiménez y uno de Olga Jiménez (6º); bien presentados; de diferentes hechuras; desfondados en su buena condición.

Morante de la Puebla, de verde manzana y oro. Pinchazo y media estocada en buen sitio (saludos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada rinconera. Aviso (oreja).

Juan Ortega, de sangre de toro y oro. Media estocada tendida y descabello (silencio). En el quinto, dos pinchazos y estocada atravesada (silencio).

Tomás Rufo, de tabaco y oro. Pinchazo y estocada (saludos). En el sexto, estocada pasada y varios descabellos (silencio).

Comparte este contenido