Cristóbal Pardo triunfador de la Feria de Manizales

El torero caldense aseguró el premio mayor de la feria desde el primer momento de la misma, cuando logró indultar a Reyesito de Ernesto Gutiérrez. José Arcila también logró el doble premio ante un toro de la misma ganadería. Luis Miguel Castrillón y Sebastián Hernández, cortaron una oreja cada uno ante toros de Gutiérrez y de Santa Bárbara.

A través de la pantalla

Por Diego Caballero.

Fotos: Plaza de Toros de Manizales

Hace un año, ni al antitaurino más optimista de Manizales se le pasaba por su cabeza que los aficionados taurinos de la ciudad no pudieran entrar a su plaza de toros. A la afición más sólida de América, que lleva 65 años asistiendo a su feria, solo una pandemia la pudo alejar de su Monumental. Pero no de sus tardes de toros, las que a través de una pantalla, y de manera atípica pudieron seguir. La historia contará que Cristóbal Pardo fue el triunfador de la Feria Taurina de Manizales número 66, que este año tuvo como slogan la palabra ‘virtual’.

Y todos tuvimos que ponernos detrás de la pantalla, para tratar de percibir las emociones de una tarde de toros, que esta vez, llegaban en pixeles. Si bien una pantalla puede ser una fría barrera que impide el paso de lo tangible, en la plaza de Manizales hubo momentos que se dejaron acariciar por los sentidos, como ese momento en que Cristóbal Pardo, con su mano izquierda,  supo tirar a Reyesito, un extraordinario toro de Ernesto Gutiérrez, o cuando Luis Miguel Castrillón, se abandonó para torear con su mano derecha, a otro buen toro de la misma ganadería.

En la plaza, por razones de bioseguridad, estuvieron los justos y hasta menos. Tres músicos, que con timbales y un clarín, ordenaron la salida de los toros y los cambios de tercio, se ubicaron debajo de la presidencia donde el presidente y su asesor, sacaron por siete veces un pañuelo blanco para premiar faenas, y uno naranja para perdonarle la vida a un toro. Esta vez, el presidente, fue más soberano que nunca, porque no hubo un público que presionara o le llevara la contraria en sus decisiones. El músico del clarín, también ejerció su autoridad y le recordó a los toreros, con once avisos, que hay un tiempo límite para matar a los toros. Fueron dos tardes, con ejemplares de las mismas ganaderías, pero dos tardes que resultaron muy distintas.

La feria la abrió Cristóbal Pardo con un toro de Santa Bárbara, jabonero y tan serio, que ni los pocos pixeles que nos llegaban en ese momento, lograron esconder su envergadura. Cuando se disponía James Peña a poner su segundo par de banderillas, el toro se lesionó de su mano izquierda y todos, en el callejón y detrás de la pantalla, lamentamos no ver el comportamiento del toro de la ganadería triunfadora de la feria pasada.

Cristóbal, un torero con fama de ‘suertudo’ en los sorteos, tuvo que esperar para ver lo que salía de los chiqueros, un toro que no había sorteado su suerte. Y salió Reyecito, con 494 kilos y bien presentado, el toro que no había entrado en el azar de la mañana, pero que traía en sus pitones el premio mayor de la feria. Pardo, después de brindar al cielo, demostró que su toreo se ha atemperado, que anda en el camino de la madurez y que su muleta era capaz de estar a la altura de las embestidas largas y con clase del toro de Gutiérrez que nunca abrió la boca y que se ganó la vida en la mitad del ruedo. Allí, en esos medios, Pardo le instrumentó varias series por ambos pitones, pero hubo una, con la mano izquierda, en la que se contaron cinco naturales con la mano abajo, trayendo la embestida desde afuera y con el toro humillado. Esa fue la tanda que atravesó las pantallas y que hizo que los que estaban en el callejón sacaran un ¡bieeeen! que hizo eco en los vacíos tendidos de la plaza. El toro se ganó la vida y Cristóbal, como lo dijo ante las cámaras, volvió a vivir. Dos orejas y el derecho a irse a hombros.

Otra cortaría en su segundo turno a un toro de Juan Bernardo Caicedo, con el que tuvo la virtud de dejarle la muleta en su cara para que el animal se olvidara de las tablas. El toro terminó persiguiendo la muleta de Cristóbal con celo, entregado y hasta el final del muletazo. A estas alturas, Cristóbal se mostraba como un torero animoso y resolutivo. Si algo le faltaba, era mostrar su espada. También sacó nota con ella, asegurando el premio y el trofeo de la feria.

La otra faena notable de esa primera tarde, fue la de Luis Miguel Castrillón a un toro que se anunció en las tablillas con el nombre de Adinerado y que se entregó en infinidad de embestidas nobles. Luis Miguel firmó su mejor faena en esta plaza. Un trasteo, ejecutado en los medios y en el que la suavidad fue el hilo conductor del mismo. El toro, casi siempre, giró alrededor de su cintura guiado por una faena maciza y con abandono en los brazos del torero. Su torería, también traspasó la pantalla. Pinchazo y estocada. Oreja que han debido ser dos.

Su segundo toro, de la ganadería de Juan Bernardo Caicedo, no dio mayores opciones y se marchó a las tablas. Algo intentó Luis Miguel antes de pedir su espada, con la que no logró su cometido. Tres avisos.

David Martínez anduvo sin suerte y deambuló sin norte. Su primer toro de la ganadería de Ernesto Gutiérrez, bien hecho, no le regaló media embestida, ni en banderillas, tercio que tuvo que cortar el torero porque era imposible. Su única embestida larga, fue para buscar la muerte, pero la espada de David no fue efectiva. Tres avisos, como en su segundo toro, uno serio de Santa Bárbara que no vendió fácil su vida. Un toro ofensivo que muchos hubiéramos querido ver desde el tendido para poder tener un juicio acertado. Hay cosas que la pantalla, no permite juzgar. A David, hay que abonarle que siempre lo intentó y por mucho tiempo, pero no encontró la fórmula para imponerse al encastado ejemplar. Como también hay que decir que el toro se puso imposible a la hora de su muerte. La complejidad de este toro bien hubiera podido ser el prólogo de la segunda tarde, en las que los toros tuvieron eso que los taurinos, ahora, llaman ‘teclas’.

José Arcila logró la otra puerta grande de la corta feria. En la segunda tarde, que se inició con un minuto de silencio, Arcila le cortó las dos orejas a su toro de Ernesto Gutiérrez que toreó en su segundo turno. La suya, fue una faena en la que hubo variedad desde su capote cuando logró un breve quite por crinolinas y que luego prolongó con su muleta, inicialmente sin agarrar el ayudado que dejó clavado en la arena. Tras una primera tanda, se debió dar cuenta que lo recomendable era ponerle el ayudado a su muleta. Con ella, ya armada con el ayudado, llegaron dos muy buenas tandas donde el toro acudió pronto a los cites y donde el torero supo llevar las buenas embestidas del toro. Faena variada y bien rematada con la espada. Dos orejas.

Su primer toro, un cinqueño de Santa Bárbara, que brindó mirando al cielo y a la memoria del torero Edgar García ‘El Dandy’, tuvo movilidad, sobre todo cuando embistió por el pitón derecho. Arcila logró buenos momentos con el, antes de matarlo de manera efectiva.

Al tercer toro de la tarde no fue posible que lo lograran sujetar. Al de Ernesto Gutiérrez, Juan de Castilla lo buscó, muleta en mano, por todos los terrenos donde el toro quiso estar, sin lograr faena. Voluntad y aviso.  A su segundo toro, de Juan Bernardo Caicedo, lo recibió flexionando las piernas y llevando bien su capote. La primera tanda, con su mano derecha, fue la de un torero firme, pendiente de torear. Luego Juan apostó por quedarse cerca de los pitones y logró otra buena tanda, que luego no tuvo la suficiente continuidad, como no la tuvo la embestida del toro. Como iba la tarde, le hubiera alcanzado para coger una oreja, pero el momento con su espada se hizo largo.

Sebastián Hernández toreó su segunda corrida de toros y sus toros no se lo pusieron fácil a su corta experiencia. Su valor se impuso a las circunstancias y logró una oreja de Facundo, un buen toro de Santa Bárbara con el que siempre quiso. La estocada acercó el premio. Con su segundo, el toro que cerró la tarde y la feria, y que tuvo el hierro de Juan Bernardo Caicedo, hubo menos fortuna.

Un ¡gracias! a Cormanizales y a su equipo de producción, que no dejó que los antitaurinos nos dejaran la pantalla en blanco.

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