Manizales se enfada; El Juli la contenta

El Juli cortó cuatro orejas a un encierro de Ernesto Gutiérrez que fue protestado por sus fieles seguidores. Morante enciende la pasión en los tendidos, amor, odio y decepción en una sola tarde.


Por Rodrigo Urrego B.

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No hay otro torero en la actualidad que despierte tantos duendes y demonios. Manizales lo conoce desde las zapatillas a la montera. Sabe de sobra que ante su toreo podrá emocionarse hasta las lágrimas, o por sus actitudes y caprichos de genio, puede poner a llorar de la rabia a quienes se sienten estafados por invertir una fortuna a cambio de un viacrusis con la espada. Este 8 de enero, Manizales vio a Morante, en todas sus facetas, pero la cara más sonriente, fue insuficiente para sacia tanta expectativa.

Sin embargo, lo de Morante fue lo que rompió la rutina que se ha venido convirtiendo en tradición los últimos años en Manizales. El Juli salvando la feria. Como si lo trajeran exclusivamente para eso, y es que no hay otro torero que garantice el éxito como el madrileño. La carta más ganadora.

El sevillano llegó sonriente, risas y gracia antes del paseíllo, y esfuerzo en el primer toro, animal que embistió con poca sed de gloria, pero al que Morante toreó más de la cuenta, dejando sueltas fotografías y carteles de toros con el capote o con la muleta en su mano izquierda. Manizales lo sacó al tercio a saludar una ovación. Pero todo cambió en su segundo toro. Como no embistió a gusto del maestro, la plaza se imaginó lo peor. No hubo brindis y la cara de Morante cambió. Fue a buscar un muletazo, pero como quien quiere no encontrarlo. Y sin pensarlo dos veces, se regresó a las tablas a por la espada que habría querido sacar desde el comienzo. La rabia de la plaza se tradujo en una fenomenal silbatina. Gritos de ladrón, pícaro, mientras pasaba un suplicio con la espada. Cada pinchazo era una nueva bronca. Morante miraba al palco y preguntaba si ya había caído el tercer aviso, pero el presidente le respondió con los dedos que apenas iban dos. La cara del torero cambió. Le faltaba un minuto soportando la bronca.

Cuando volvió a salir al ruedo, a cubrir al picador en el segundo toro de El Juli, a cada paso que daba caía un reproche. Sinvergüenza, lárgate, Manizales como nunca con un torero. Pero cuando Morante tuvo que pasar el tendí de sol, empezó a escuchar gritos de aliento de sus partidarios que sacaron el pecho. Por eso, Manizales le regaló una ovación antes de salir su tercero, y Morante volvió a recuperar la sonrisa. Salió a torear hasta la última embestida del toro, pero este se fue en contra de todos los anhelos. Lo mucho que hizo Morante fue poco para lo que Manizales le sueña. Una oreja y una vuelta al ruedo muy lenta. Morante cataba todas las botas que cayeron a la arena en su homenaje.

Ver a El Juli en Manizales es regresar a tres lustros atrás, cuando era un niño torero que enamoraba con su talento inagotable. En el fondo sigue siendo igual. Los mismos toros de Ernesto Gutiérrez, con sus virtudes y pecados, que solía enfrentarse cuando tenía 16 años. Ahora, maestro consumado, no hay otro torero que les conozca todos sus secretos. A estos les hace la lopecina, se los pasa cerca, muy despacio, convence a los que se resisten, mira al tendido toreando, se pone de rodillas, y hace cara de león enfurecido. A pesar de que el público, por primera vez en mucho tiempo, protestó algunos toros, como el sexto, tan capacho que no infundía miedo. Cuatro orejas. Salida a hombros como es tradición. Manizales se enfurece, pero El Juli sabe contentarla. Por eso le entregaron las llaves de la catedral.

Manizales, plaza de toros de Manizales 
Domingo 8 de enero de 2017
Feria de Manizales
Quinta corrida
Toros de Ernesto Gutiérrez Arango

Morante de Puebla: saludo, bronca tras dos avisos, una oreja
El Juli: saludo, dos orejas y dos orejas

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